martes, 2 de diciembre de 2008

Sitio mundial de sinopsis

domingo, 30 de noviembre de 2008

TIEMPO DE ADVIENTO

Comienzo: El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico

Término: Adviento viene de adventus, venida, llegada, próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre. Forma una unidad con la Navidad y la Epifanía.
Color: La Liturgia en este tiempo es el morado.
Sentido: El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.
Duración: 4 semanas
Partes: Se puede hablar de dos partes del Adviento:
a) desde el primer domingo al día 16 de diciembre, con marcado carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al final de los tiempos;
b) desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en las historia, la Navidad.
Personajes: Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús.
Esquema del Adviento
Inicia con las vísperas del domingo más cercano al 30 de Noviembre y termina antes de las vísperas de la Navidad. Los domingos de este tiempo se llaman 1°, 2°, 3° y 4° de Adviento. Los días del 16 al 24 de diciembre (la Novena de Navidad) tienden a preparar más específicamente las fiestas de la Navidad.
El tiempo de Adviento tiene una duración de cuatro semanas. Este año, comienza el domingo 01 de diciembre, y se prolonga hasta la tarde del 24 de diciembre, en que comienza propiamente el tiempo de Navidad. Podemos distinguir dos periodos. En el primero de ellos, que se extiende desde el primer domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre, aparece con mayor relieve el aspecto escatológico y se nos orienta hacia la espera de la venida gloriosa de Cristo. Las lecturas de la misa invitan a vivir la esperanza en la venida del Señor en todos sus aspectos: su venida al final de los tiempos, su venida ahora, cada día, y su venida hace dos mil años.
En el segundo periodo, que abarca desde el 17 hasta el 24 de diciembre inclusive, se orienta más directamente a la preparación de la Navidad. Su nos invita a vivir con más alegría, porque estamos cerca del cumplimiento de lo que Dios había prometido. Los evangelios de estos días nos preparan ya directamente para el nacimiento de Jesús.
En orden a hacer sensible esta doble preparación de espera, la liturgia suprime durante el Adviento una serie de elementos festivos. De esta forma, en la misa ya no rezamos el Gloria, se reduce la música con instrumentos, los adornos festivos, las vestiduras son de color morado, el decorado de la Iglesia es más sobrio, etc. Todo esto es una manera de expresar tangiblemente que, mientras dura nuestro peregrinar, nos falta algo para que nuestro gozo sea completo. Y es que quien espera es porque le falta algo. Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por solemnidad de la fiesta de la Navidad.
Tenemos cuatro semanas en las que Domingo a Domingo nos vamos preparando para la venida del Señor. La primera de las semanas de adviento está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. La liturgia nos invita a estar en vela, manteniendo una especial actitud de conversión. La segunda semana nos invita, por medio del Bautista a «preparar los caminos del Señor»; esto es, a mantener una actitud de permanente conversión. Jesús sigue llamándonos, pues la conversión es un camino que se recorre durante toda la vida. La tercera semana preanuncia ya la alegría mesiánica, pues ya está cada vez más cerca el día de la venida del Señor. Finalmente, la cuarta semana ya nos habla del advenimiento del Hijo de Dios al mundo. María es figura, central, y su espera es modelo estímulo de nuestra espera.
En cuanto a las lecturas de las misas dominicales, las primeras lecturas son tomadas de Isaías y de los demás profetas que anuncian la Reconciliación de Dios y, la venida del Mesías. En los tres primeros domingos se recogen las grandes esperanzas de Israel y en el cuarto, las promesas más directas del nacimiento de Dios. Los salmos responsoriales cantan la salvación de Dios que viene; son plegarias pidiendo su venida y su gracia. Las segundas lecturas son textos de San Pablo o las demás cartas apostólicas, que exhortan a vivir en espera de la venida del Señor.
El color de los ornamentos del altar y la vestidura del sacerdote es el morado, igual que en Cuaresma, que simboliza austeridad y penitencia. Son cuatro los temas que se presentan durante el Adviento:

I Domingo
La vigilancia en espera de la venida del Señor. Durante esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del Evangelio: "Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento". Es importante que, como familia nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad; ¿qué te parece si nos proponemos revisar nuestras relaciones familiares? Como resultado deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor familiar. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los demás grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la escuela, el trabajo, los vecinos, etc. Esta semana, en familia al igual que en cada comunidad parroquial, encenderemos la primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.

II Domingo
La conversión, nota predominante de la predicación de Juan Bautista. Durante la segunda semana, la liturgia nos invita a reflexionar con la exhortación del profeta Juan Bautista: "Preparen el camino, Jesús llega" y, ¿qué mejor manera de prepararlo que buscando ahora la reconciliación con Dios? En la semana anterior nos reconciliamos con las personas que nos rodean; como siguiente paso, la Iglesia nos invita a acudir al Sacramento de la Reconciliación (Confesión) que nos devuelve la amistad con Dios que habíamos perdido por el pecado. Encenderemos la segunda vela morada de la Corona de Adviento, como signo del proceso de conversión que estamos viviendo.
Durante esta semana puedes buscar en los diferentes templos que tienes cerca, los horarios de confesiones disponibles, para que cuando llegue la Navidad, estés bien preparado interiormente, uniéndote a Jesús y a los hermanos en la Eucaristía.

III Domingo
El testimonio, que María, la Madre del Señor, vive, sirviendo y ayudando al prójimo. Coincide este domingo con la celebración de la Virgen de Guadalupe, y precisamente la liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de María, que se prepara para ser la Madre de Jesús y que además está dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita. El evangelio nos relata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: "Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?.
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia, por lo que nos disponemos a vivir esta tercer semana de Adviento, meditando acerca del papel que la Virgen María desempeñó. Te proponemos que fomentes la devoción a María, rezando el Rosario en familia, uno de los elementos de las tradicionales posadas, que inician el próximo día 16. Encendemos como signo de espera gozosa, la tercer vela, color rosa, de la Corona de Adviento.

IV Domingo
El anuncio del nacimiento de Jesús hecho a José y a María. Las lecturas bíblicas y la predicación, dirigen su mirada a la disposición de la Virgen María, ante el anuncio del nacimiento de su Hijo y nos invitan a "Aprender de María y aceptar a Cristo que es la Luz del Mundo". Como ya está tan próxima la Navidad, nos hemos reconciliado con Dios y con nuestros hermanos; ahora nos queda solamente esperar la gran fiesta. Como familia debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría que esta cercana celebración representa. Todos los preparativos para la fiesta debieran vivirse en este ambiente, con el firme propósito de aceptar a Jesús en los corazones, las familias y las comunidades. Encendemos la cuarta vela color morada, de la Corona de Adviento.

Tiempo de Adviento
(Del primer Domingo de Adviento al 24 de diciembre).
La lectura de los textos litúrgicos, de que la Iglesia se sirve durante las cuatro semanas de Adviento, nos descubre claramente su intención de nos asimilemos la mentalidad del Pueblo de Dios en la Antigua Ley, de los Patriarcas y Videntes de Israel, quienes suspiraban por la llegada del Mesías en su doble advenimiento de gracias y gloria.
La Iglesia griega honra en Adviento a los progenitores del Señor, y especialmente a Abrahán, a Isaac y a Jacob.
La Iglesia latina, sin honrarlos con un culto particular, nos recuerda su memoria con frecuencia en esta época, al hablar en el Breviario de las promesas relativas al Mesías que les fueron hechas. A todos ellos los vemos cada día desfilar, formando el magnifico cortejo que a Cristo precedió en los siglos a su venida. Pasan a nuestra vista Abrahán, Jacob, Judá, Moisés, David, Miqueas, Jeremías, Ezequiel y Daniel, Isaías, S. Juan Bautista. José u sobre todo María, la cual resume en sí misma todas las esperanzas mesiánicas, pues de su fiat depende su cumplimiento. Todos a una ansían porque venga el Salvador y le llaman con ardientes gemidos. Al recorrer las misas y los oficios de Adviento siéntese el alma impresionada por los continuos y apremiantes llamamientos al Mesías: “Ven, Señor, y no te tardes”. “Venid y adoremos al Rey que ha de venir”. “El señor está cerca, venid y adorémosle”. “Manifiesta, Señor, tu poder y ven.” “¡Oh Sabiduría! Ven a enseñarnos el camino de la prudencia”, “Oh Dios, guía de la casa de Israel, ven a rescatarnos”. “Oh vástago de Jesé, ven a redimirnos, y no tardes”. “Oh lave de David y cetro de la casa de Israel, ven saca a tu cautivo sumido en tinieblas y sombras de muerte”. “Oh oriente, resplandor de la luz eterna, ven y alúmbranos…”, “Oh Rey de las Naciones y su deseado, ven a salvar al hombre que formaste del barro”. “Oh Emmanuel (Dios con nosotros), Rey y Legislador nuestro, ven a salvarnos, Señor y Dios nuestro”.
El Mesías esperado es el Hijo mismo de Dios; Él es le gran libertador que vencerá a Satanás, que reinará eternamente sobre su pueblo, al que todas las naciones habrán de servir. Y como la divina misericordia alcanza no sólo a Israel sino a todo el Gentilismo, debemos hacer nuestro aquel Veni, y decir a Jesús: “¡Oh piedra angular, que reúnes en Ti a los pueblos todos, Ven”. Todos seremos guiados juntos por un mismo Pastor. “El, dice Isaías, pastoreará a su rebaño, y acogerá a los corderitos en sus brazos, y los llevará en sus haldas; Él que es nuestro Dios y Señor”.
Esta venida de Cristo, anunciada ya por los Profetas y a que el Pueblo de Dios aspira, es una venida de misericordia. El divino Redentor se apareció en la tierra bajo la humilde condición de nuestra humana existencia. Es también una venida de justicia, en que aparecerá rodeado de gloria y majestad al fin del mundo, como Juez y supremo Remunerador de los hombres. Los Videntes del A. Testamento no separaron estos dos advientos, por donde también la liturgia del Adviento, al traer sus palabras, habla indistintamente de entrambos. Por lo demás, ¿estos dos sucesos no tienen un mismo fin? “Si el Hijo de Dios se ha bajado hasta nosotros haciéndose hombre (1er advenimiento), ha sido precisamente para hacernos subir hasta su Padre” introduciéndonos en su reino celestial (2do advenimiento). Y la sentencia que el Hijo del hombre, ha quien será entregado todo juicio, ha de fallar cuando por segunda vez viniere a este mundo, dependerá del recibimiento que se le hubiere hecho al venir por vez primera. Este niño, dijo Simeón, estará puesto para ruina y para resurrección de muchos, y será una señal que excitará la contradicción”. El Padre y el espíritu darán testimonio de que Cristo es el Hijo de Dios, y el mismo Jesús lo probará bien por sus palabras y sus milagros. Y los mismos hombres deberán dar ese doble testimonio de un Dios en tres personas, decidiendo así ellos mismos de su suerte futura. “Bienaventurados los que no se escandalizaren por mi causa”, porque “el que pusiere en Cristo su confianza no será confundido”. Y al contrario, ¡ay de aquel que chocare con esa piedra de salvación!, porque quedará desmenuzado. “Si alguno se avergüenza de Mí o de mis palabras, dice Jesús, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la de su Padre y sus santos Ángeles”. “Cuando el Hijo del hombre venga en su majestad, y con Él todos sus Ángeles, se sentará en el trono de su gloria, y reuniendo las Naciones todas en torno suyo, separará a los unos de los otros, como separa el pastor a las ovejas de los cabritos. Y colocará las ovejas a su derecha y los cabritos a su siniestra. Entonces dirá el Rey a los de su derecha. Venid benditos de mi Padre, poseed el reino que os está preparado desde el principio del mundo. Y luego dirá a los de su izquierda: Apartaos, malditos, e id al fuego eterno que el diablo y sus ángeles os tienen dispuesto” (Mat. 25, 31-46).
A todos cuantos hubieren negado a Cristo en la tierra, Él los desechará de sí, separándolos para siempre de los que le han sido fieles, y juntando en torno suyo a cuantos le hubieren acogido por su fe y su amor, los hará entrar en pos de sí en el reino de su Padre. Estrechamente unidos al Hijo de Dios humanizado, serán eternamente “Cristo y su místico cuerpo”, o lo que San Agustín llama “el Cristo total”. Y por ese motivo justificará Jesús su sentencia judicial que separará a los buenos de los malos, diciendo: “Todo cuanto habéis hecho con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo habéis hecho; y lo que no habéis hecho con uno de mis pequeñuelos, conmigo no lo habéis hecho”.

Trascrito por José Gálvez Krüger

La Corona de Adviento
Origen: La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:

La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.

Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

Las cuatro velas: Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.
Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

Los domingos de adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote.

domingo, 23 de noviembre de 2008

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

EL ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO, SE CELEBRA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO.

Desde el anuncio de su nacimiento, el Hijo unigénito del Padre, nacido de la Virgen María, es definido "rey", en el sentido mesiánico, es decir, heredero del trono de David, según las promesas de los profetas, para un reino que no tendrá fin (cf. *Lc *1, 32-33). La realeza de Cristo permaneció del todo escondida, hasta sus treinta años, transcurridos en una existencia ordinaria en Nazaret.
Después, durante su vida pública, Jesús inauguró el nuevo reino, que "no es de este mundo" (*Jn* 18, 36), y al final lo realizó plenamente con su muerte y resurrección. Apareciendo resucitado a los Apóstoles, les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (*Mt *28, 18): este poder brota del amor, que Dios manifestó plenamente en el sacrificio de su Hijo.

El reino de Cristo es don ofrecido a los hombres de todos los tiempos, para que el que crea en el Verbo encarnado "no perezca, sino que tenga vida eterna" (*Jn *3, 16). Por eso, precisamente en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, él proclama: "Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin" (*Ap* 22, 13).

"Cristo, alfa y omega", así se titula el párrafo que concluye la primera parte de la constitución pastoral *Gaudium et spes *del concilio Vaticano II,. En aquella hermosa página, que retoma algunas palabras del siervo de Dios Pablo VI, leemos: "El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones". Y prosigue así: "Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: "Restaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra" (*Ef *1, 10)" (n. 45). A la luz de la centralidad de Cristo, la *Gaudium et spes* interpreta la condición del hombre contemporáneo, su vocación y dignidad, así como los ámbitos de su vida: la familia, la cultura, la economía, la política, la comunidad internacional. Esta es la misión de la Iglesia ayer, hoy y siempre: anunciar y testimoniar a Cristo, para que el hombre, todo hombre, pueda realizar plenamente su vocación.

La Virgen María, a quien Dios asoció de modo singular a la realeza de su Hijo, nos obtenga acogerlo como Señor de nuestra vida, para cooperar fielmente en el acontecimiento de su reino de amor, de justicia y de paz.

*BENEDICTO XVI, ÁNGELUS, Solemnidad de Cristo, Rey del universo,

domingo, 2 de noviembre de 2008

UNA REFLEXION SOBRE EL HIJO PRODIGO

Los aspectos prácticos de volverse libre de la adicción sexual deben ser
precedidos de una nueva perspectiva. Yo nunca he aconsejado a un hombre
profundamente arraigado en el barro de la adicción sexual que no tenga una
opinión distorsionada de Dios el Padre.


Podemos hacer todas las "cosas" correctas para ser libres, pero no
funcionará porque nuestros corazones tienen que agarrar el Evangelio o las
Buenas Nuevas, o la vergüenza permanecerá. Ahora, nuestras cabezas pueden
comprender las bondades de Dios, pero las áreas escondidas de nuestros
corazones tienen que ser tocadas por la gracia de Dios. De la misma manera
que el hijo pródigo, nuestras adicciones nos han avergonzado y manchado. Así
que, pongamos en orden algunas cosas antes de tratar con los pasos del "como
hacerlo".


1 - *TU ERES BIENVENIDO A CASA!*


Cuando el hijo pródigo se fue de casa, trató a su padre como si estuviera
muerto. "Déme mi herencia." La única manera que podía tener lugar eso era si
el hijo consideraba al padre muerto. Él esencialmente insinuó, "No quiero
nada de lo que usted es … solo quiero lo que usted tiene."


Yo he tratado a Dios de ese modo muchas veces, ¿usted no? He suplicado por
el "*arreglo rápido*", que siempre es la llamada de trompeta de las
adicciones. He exigido que Dios me saque de apuros, me cuadre todo, y se
mueva con poder a nombre mío. "*Señor sólo soluciona este problema. No
quiero esperar. Lo necesito ahora.*" Lo que realmente estoy diciendo es, "*No
quiero el dolor de tener Su carácter que trabaje en mí.*" Pero he aquí la
parte hermosa: no importa cuántos chiqueros personales he creado por mis
propias elecciones, Él siempre me ha dado la bienvenida a casa.


A través de los años, he aconsejado a varias personas que se habían
atormentado por sus adicciones destructoras, y nunca se habían escapado del
grito repetitivo de su adolescencia, "*Si usted camina afuera de esa puerta,
nunca vuelva a esta casa otra vez.*". Ésa es una de las razones por las
cuales ellos se han ido de chiquero en chiquero. Pero he aquí las gloriosas
noticias: *USTED TIENE UN PADRE CELESTIAL QUIEN SIEMPRE LE DA LA BIENVENIDA
A A CASA.* ¡PUNTO!


2 - *USTED TIENE UN PADRE QUE ESPERA PACIENTEMENTE*.


La parábola del hijo pródigo insinúa que el padre estaba constantemente
explorando el horizonte buscando al hijo descarriado. El padre no fue y
arrastró al hijo afuera del chiquero, y Dios el padre tampoco hará eso con
usted. Ésa es la razón por la cual sus pasos pequeños de obediencia en los
días venideros son tan críticos.


¿Por qué el padre no fue por del hijo? Porque él lo amo así profundamente
que quería que el hijo tuviera *la dignidad de elección*. La única cosa que
el hijo había dejado era la libertad de elección, y el padre no le quitaría
eso de él. Muchas personas en la mitad de las adicciones piden a Dios que
venga y los saque de apuros. Ellos quieren que el Espíritu Santo venga y los
"*saque*" afuera de un problema. El no hará eso porque el propósito de Dios
en su vida es sanarlo, no permitirle a usted hacer algo.


Sí, el poder del Espíritu Santo es crítico cuando usted está tratando de
arreglárselas con los poderes completamente demoníacos de las adicciones
sexuales. Sin embargo, el Espíritu Santo no vino sobre la iglesia primitiva
indiscriminadamente, "*No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa
del Padre*." Hechos 1: 4. Todos los discípulos salieron de los chiqueros de
sus miedos y volvieron a casa a la habitación superior.


Su padre celestial espera pacientemente que usted vuelva a casa, dejando
atrás la negación, el engaño y la culpa. Y nunca hay un momento en que el
Dios del Universo no lo tenga a usted en su mente. *El esperará
pacientemente que usted haga la elección de volver a casa*. ¿Usted sabe eso?
No me importa lo que usted haya hecho. Lo que usted esté haciendo. Lo que
usted sea. Dónde usted este. No importa que tan rápido usted esté deslizando
la bajada, o qué tan bajo usted pueda haberse hundido. Usted tiene un Padre
que nunca deja de pensar en tí y espera que hagas un movimiento hacia Él.


3 - *SU PADRE CELESTIAL LE RESPONDE EN SACRIFICIO A USTED*.


Siempre disfruto de la escena del padre que corre hacia el hijo cuando
inicialmente lo ve en Lucas 15, pero recientemente, estando de pie en las
afueras de un pueblo en Mexico, me di cuenta cómo nunca antes del poder
completo de esa escena. Yo antes había descrito al hijo subiendo por una
larga calzada a la inmensa granja del padre, de la misma manera que usted
podría ver las plantaciones. Luego me di cuenta de que la escritura reflejó
el contexto cultural. La casa del padre habría sido parte de un pueblo, y
cuando el hijo camino a través de los campos de los agricultores
circundantes, la noticia se habría extendido. El pueblo completo habría
estado observando.


El padre tenía un par de opciones. Podría permitir que el hijo hiciera la
larga caminata llena de vergüenza, o podría en sacrificio acudir a su hijo
que regresaba. Había más que sólo emoción involucrada en la respuesta del
padre.


Su padre celestial nunca le pide a usted que venga arrastrándose ante Él
debido a lo que has hecho. *Nunca lo expone a usted a la vergüenza pública*.
Pero te pedirá que se esté afuera del chiquero y se dirija a la casa,
admitiendo que usted estaba en un chiquero y ahora necesita Su ayuda. *Jesús
fue clavado en la cruz así que nosotros no tendríamos que ser atravesados
por la agonía de nuestras adicciones*. *El fue públicamente humillado y
avergonzado con el propósito de que nosotros podamos estar libres de nuestra
vergüenza*. Ése es el punto principal del Cristianismo y la respuesta a cada
adicción que sacude las almas de los hombres.


*Permitanme compartir las cuatro creencias principales encontradas en las
mentes de aquellos que han experimentado la vergüenza y la desesperación que
viene de la impotencia y el no manejo de la adicción sexual. Todas las
respuestas se cristalizan alrededor del problema de la falta de mérito*.


1. *Soy básicamente una persona mala e indigna*.


2. *Nadie me amaría como yo soy*.


3. *Mis necesidades nunca van a ser cubiertas si tengo que depender de otros
*.


4. *Las Relaciones sexuales son mi necesidad más importante*.


La respuesta para la primera creencia principal viene de *aprender cómo
verse* usted mismo como su Padre Celestial lo hace - *un ser humano
imperfecto salvado por la gracia de Dios, pero todavía en construcción*.
Pero esa verdad no va a tener efecto en su vida a menos que usted tome el
próximo paso y trate con la mentira declarada en la segunda creencia
principal, "*Nadie me amaría como yo soy*." Aquí es donde nosotros tenemos
que aprender a cómo caminar en la gracia y dejar el espejismo de ser
perfectos o estar en control.


*Dios es quien tiene todo bajo control y necesitamos ponernos bajo su
Señorío*.

martes, 23 de septiembre de 2008

lunes, 22 de septiembre de 2008

POEMA CRISTIANO

Nunca olvidaré aquel día
cuando a mi vida llegaste
en tinieblas yo me hallaba,
mas Tú mi senda alumbraste.

Entre multitud de gente
vagaba sin esperanza
como un barco a la deriva
naufragando, iba mi alma.

A inquirir comencé un día
¿qué pasaba? no sabía
entre temores y dudas,
existía mas no vivía.

¿Qué pasa conmigo, Dios?
¿Qué es lo que me está pasando?
Quiero reir y no puedo;
siempre termino llorando."

"Ayúdame mi buen Dios; "
ayúdame, te lo pido
sana ya mi corazón
y llena hoy mi vacío."

Al momento algo ocurrió;
Su Palabra El enviaba
"Soy la luz", dijo el Señor;
por una piedra me hablaba

Mi corazón se alumbró;
comprendí lo que pasaba
Al instante me rendí
pues JESUS me visitaba.

Desde entonces soy feliz;
tengo paz y tengo gozo
si me persiguen y ofenden,
como JESUS, yo perdono.

Hoy oro, canto y alabo
a mi Salvador bendito
no me canso de adorar a mi Dios,
pues El lo hizo.

¡Gloria doy a mi Señor!
¡Gloria al Espíritu Santo!
¡Gloria al Padre que me dió
lo que yo estaba anhelando.

¿Quieres tú también lo mismo?
¿Ansías vivir un cambio?
Ven hoy a mi Salvador,
mi JESUS te está esperando.

domingo, 21 de septiembre de 2008

BUSCAD AL SEÑOR MIESNTRA SE DEJA ENCONTRAR

Isaías 55: 6 - 9
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6 Buscad a Yahveh mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano.
7 Deje el malo su camino, el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Yahveh, que tendrá compasión de él, a nuestro Dios, que será grande en perdonar.
8 Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos - oráculo de Yahveh -.
9 Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros.

REFLEXION SOBRE ESTE TEXTO.

Cuantas veces buscamos afanosamente a Dios, sin encontrarlo. Le pedimos algo y no obtenemos pronta respuesta, queremos verlo actuar como Dios, salvándonos de los problemas y de los momentos fortuítos y peligrosos, y vemos que vamos de mal en peor, que la maldad no se detiene, que los accidentes ocurren a cada momento, que la muerte de niños,adolescentes y jóvenes de una manera trágica son innumerablas cada día, que la guerra no se acaba y lanzamos preguntas de una manera ingenua ¿pero donde está Dios? ¿porqué ocurre esto? ¿porqué Dios no actua?

Buscad a Dios mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano

¿Será que sí buscamos a Dios? y lo llamamos, será que sí invocamos el nombre del Señor y configuramos nuestra vida con él? será que sí amamos a Dios, cumplimos sus mandatos y le somos fieles o andamos engreidos en las cosas del mundo que no tenemos cabida para Dios?, tenemos la mente ocupada en otras cosas de poco valor y no pensamos en Dios, será que nos vamos tras los alagos y engaños del mundo y dejamos aún lado a Dios. si así actuamos ¿como queremos que Dios nos responda cuando le llamamos y nos cuide en nuestro caminar? si ni siquiera lo tenemos encuenta a El?. Cuantas veces Dios está cerca de nosotros y no nos damos cuenta, cuantas veces Dios se nos presenta y no lo vemos, cuantas veces Dios nos toca y no lo sentimos, cuantas veces Dios nos ha protegido y pensamos que fue nuestra capacidad y nuestra agilidad la que no nos dejó perecer, Cuantas veces Dios nos llama y nosotros no lo escuchamos o nos hacemos los sordos; cuantas veces Dios nos muestra a quien tenemos que ayudar y le hacemos caso.

Nosotros no vemos a Dios porque no lo queremos ver, no lo sentimos porque no lo queremos sentir, no lo escuchamos porque no lo queremos escuchar, no sentimos su amor porque no nos hemos dejado amar. Dios no nos libra de los accidentes en las carreteras porque andamos sin El. Dios no nos libra de la muerte poque no lo hemos aceptado a El como el Dios de la Vida. Dios no nos libra de la guerra porque no hemos dejado el mal camino.

Deje el malo su camino, el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Yahveh, que tendrá compasión de él, a nuestro Dios, que será grande en perdonar.

Si queremos que Dios, nos auxilie y nos perdone; tenemos que dajar el mal camino.
si queremos que Dios nos escuche tenemos que invocarlo y tenerlo como el Señor de la vida

miércoles, 6 de agosto de 2008

AL ENCUENTRO CON LA PALABRA.

CATEQUESIS BIBLICA No 1

POR: RAMON ARTURO GOMEZ Z.
TELEFONO. 5464391

¿Qué es la Biblia:?

Es la Palabra de Dios.
“Es el Amor de Dios hecho Palabra”

He aquí un Piropo de Dios en Is.43.1-5a.

"Y ahora, así habla el Señor, el que te creó, Jacob,
el que te formó, Israel:
No temas, porque yo te he redimido,
te he llamado por tu nombre, tú eres mío.
2 Si cruzas por las aguas, yo estaré contigo,
y los ríos no te ahogarás;
si caminas por el fuego, no te quemarás,
y las llamas no arderán en tí.
3 Porque yo soy el Señor, tu Dios,
el Santo de Israel, tu salvador.
Yo entregué a Egipto para tu rescate,
a Etiopía y a Sabá a cambio de ti.
4 Porque tú eres precioso a mis ojos,
porque eres estimado, y yo te amo,
entrego hombres a cambio de ti
y pueblos a cambio de tu vida.
5 No temas, porque yo estoy contigo”

a) Dios Se nos identifica y con firmeza dice que somos propiedad de El, y nos dice que no tengamos miedo.
b) Dios nos da una promesa: de no ahogarnos en los ríos de la dificultades, ni quemarnos en el fuego de la pasión.
c) Nos dice todo lo que tiene que hacer para salvar nuestra vida.
d) Nos da el piropo más grande que puede existir en la Biblia: “eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo”
e) Y nos repite: “no temas, porque yo estoy contigo”.

Cuantos temores hay en nuestra vida: El temor a no ser feliz, a no poder cumplir con nuestras obligaciones adquiridas, temor a la oscuridad del pasado, por lo que hicimos o por lo que dejamos de hacer que nos ha hecho tanto mal en el presente. El temor a lo incierto del futuro. El temor a no ser amados, el temor a la escasez, a la soledad, a no ser comprendidos, en fin tantos temores que invaden nuestro corazón.

“No temas porque yo estoy contigo”

Dios está en todo momento con nosotros, es más, él está en nosotros, habita en lo más profundo de nuestro ser “él es más intimo a nosotros que nuestra propia intimidad” (dice San Agustín). Por eso para encontrarnos con Dios no hay que ir muy lejos, hay que es entrar en nosotros y conversar con él de tú a tú. A Dios hay que dejarlo salir para que transforme todo nuestro ser desde dentro hacia fuera y hay que abrirle el corazón para que él pueda llenar nuestro interior con su amor infinito.

“Eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo”

Somos preciosos para Dios, somos amados por él, qué nos corresponde hacer a nosotros dejarnos amar por él, abandonarnos en sus brazos, doblegar el corazón y quebrantarnos ante él. Dios no quiere tanto que nosotros lo amemos a él, lo que quiere y necesita es que nosotros nos dejemos amar por El, porque dejándonos amar por él, él nos puede transformar y nos hace vivir la vida nueva del Espíritu (Romanos capítulo 8)

No nos de miedo del amor de Dios, no nos de miedo de la libertad, no nos de miedo de la felicidad, dejemos todo apego temporal, desprendámonos de todo lo pasajero, para que adquiramos los más precioso “el sentirnos amados por Dios” todo lo debemos considerar basura con tal de ganar a Cristo según nos aconseja San Pablo.

Albemos y bendigamos al Señor por todo esto que hoy nos ha dicho, por este piropo tan hermosos que nos ha expresado.

Hay muchas personas que necesitan escuchar esto. Dime como puede usted ayudar para poder llegar donde ellas y darle esta hermosa noticia

lunes, 4 de agosto de 2008

PIROPO DE DIOS PARA TI

PUEDES LEERLO EN ISAIAS 43.1-5 "ERES PRECIOSO A MIS OJOS, ERES DE GRAN VALOR PARA MI Y YO TE AMO"

domingo, 20 de julio de 2008

ORACION PARA EL LANZAMIENTO DE ASOCOMUNAL.ORG.

Señor Jesús, ponemos en tus manos hoy este proyecto hecho realidad, de conquistar nuestro espacio en la Internet para esta emisora comunitario y evangelizadora, permitenos llegar ha muchas personas en el mundo con un mensaje de esperanza y de paz, queremos ser una emisora diferente, una emisora para el bien y para el bienestar de nuestro oyentes. Aleja de nosotros toda pretención equivicada que perturbe nuestra misión y nuestros propósitos de bondad. Bendice todas las personas que laboramos en este medio radial, lo mismo que a nuestros programadores, anunciantes y colaboradores y muy especialmente a nuestros oyentes; todos unidos formamos la gran familia asocomunal para la construcción de un mundo nuevo, lleno de fraternidad, de servicio y amor. Bendice también todos los medios tecnológicos que nos permiten llegar al mundo con nuestra voz. A ti nos encomendamos Señor Jesús, para que nuestra labor sea de tu agrado y de mucha bendición para el mundo, te lo pedipos a tí que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.



Por. Ramón Arturo Gómez Zuluaga.

sábado, 12 de julio de 2008

Un corazón inquieto por la conversión

domingo, 13 de julio de 2008
Pedro Beteta

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AnalisisDigital.com

Cuentan de una señora, guía del interior de la Basílica de San Pedro que tuvo que hacer de cicerone a una persona ciega. Ante el desconcierto y la negativa a intentarlo por parte de la guía, la ciega le dijo que no se preocupara. Como usted se conocerá la Basílica “a ojos cerrados” cierre los ojos, sea ciega un rato como yo y hagamos juntas el recorrido y comience a narrarme “lo que ve” con la memoria y yo lo veré con mi imaginación. Conversión, Fe. De eso se trata.

Muchas veces insiste el Papa en esta idea: “No se llega a ser cristiano por nacimiento sino por conversión”. Se me antoja que deberían meditar estas sencillas palabras tantos cristianos que se extrañan del comportamiento, tan ajeno al suyo, por parte de sus hijos a los que han llevado a colegios de enseñanza cristiana y ahora no practican. Se hace necesario un examen personal, por parte de esos padres, acerca del ejemplo diario y constante por vivir lo que quizás deseaban que sus hijos vivieran y en ellos no lo veían, tan sólo lo oían. Ser cristiano es una conversión a Cristo, no una herencia espiritual que no se valora por no haber costado esfuerzo.

Mucho le dolía a Juan Pablo II la ingratitud que ante la fe recibida en un hogar cristiano quedaba estéril. Alentaba a cambiar, recordando ¡cuántos no poseen la verdad, y arrastran su existencia sin un “para qué”; cuántos, quizá, después de vanas y extenuantes búsquedas, desilusionados y amargados se han abandonado, y se abandonan todavía, a la desesperación! Ellos no llegan, y tal vez no lo hagan nunca, donde nosotros por un don inmerecido ya estamos. “¡Vosotros poseéis ya la verdad entera, luminosa, consoladora! ¡Cuántos envidian vuestra situación! (...) Sabed ser sensibles y dóciles para no despilfarrar o deteriorar el don inmensamente precioso que poseéis” [1].

Así estimulaba a la responsabilidad pensando en cuántos habían logrado encontrar la verdad sólo después de años de angustiosos interrogantes y penosas experiencias. Pensad, por ejemplo, decía, en el dramático itinerario de San Agustín para llegar a la luz de la verdad y en la paz de la inocencia reconquistada. ¡Y qué suspiro lanzó cuando finalmente alcanzó la luz! Y exclamó con nostalgia: “¡Tarde te amé!”. Recordaba en la fatiga que tuvo que pasar el célebre Cardenal Newman para llegar, con la fuerza de la lógica, al Catolicismo. ¡Qué larga y dolorosa agonía espiritual! Y así podríamos recordar tantas otras figuras eminentes, pasadas y recientes, que han tenido que luchar duramente para ganar la verdad [2].

En uno de sus innumerables libros, el cardenal Ratzinger, recordaba cómo en las iglesias barrocas de Alemania, en la zona de Baviera, los retablos de muchas de ellas tienen un cierto aire de puerta. Como si allí no acabara la nave sino que se abriera a la eternidad divina. El altar del Sacrificio viene a ser como el dintel. Los santos del retablo serían también como ventanas que remiten al más allá. Los cristianos necesitamos mirar la vida de los santos porque ellos parecen descomponer la luz divina, como un prisma que da los colores del arco iris, y asomarnos a Dios. Hay que mirar a los santos para aprender a convertirnos cada día un poco más al cristianismo, a ser un poco más Cristo.

Ellos son nuestros hermanos mayores y si ellos lograron la santidad, ¿por qué tú y yo no lo hemos de conseguir? Pero, ¿quiero yo? ¡Sí! “Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”, decía el obispo de Hipona. San Agustín es un santo a quien se le ha llamado el primer hombre moderno. Nació en una época con problemáticas muy parecidas a las nuestras: crisis y cambios en los que la fe no era algo espontáneo sino que había que buscar. Hoy el relativismo hace escépticos y, como entonces el maniqueísmo, tendemos a dividir todo en bueno o malo, erróneamente. Él no fue cristiano de nacimiento sino por conversión. Tuvo dos conversiones medulares: a Cristo y, por Él, a servirle en la salvación de las almas. Esto tiene validez hoy también para nosotros.

La primera es conocida a grandes rasgos. De niño no llegó a recibir el bautismo y el encuentro con la ciencia de su tiempo, le lleva a afirmar con la mayoría que la Biblia es un libro de historia bastante necio. Cae en el racionalismo maniqueo y después en el escepticismo. Su corazón queda vacío como ocurre también ahora, en el de tantos, por motivos semejantes. El placer no satisfizo sus ansias de felicidad y se daba cuenta, le fastidiaba no ser feliz como lo era uno de sus siervos. En sus Confesiones nos cuenta que un día deja a su amigo Alipio para estar en el jardín a solas con su angustia y oyó una voz de niño que exclamaba “tolle et lege!”, toma y lee. No ve a nadie y los niños no usarían ese vocablo. Nervioso toma la Biblia, abre y lee: Revestíos del Señor Jesús. Eso supuso el cambio de su existencia.

La segunda conversión es conversión para servir a las almas. ¡Danos, Señor, un amor tierno por todas y cada una de las almas! Agustín está ya dedicado al silencio y al recogimiento. Meditaba la palabra de Dios retirado del mundo. Hizo un viaje a Hipona, gran puerto del norte de África. Una vez allí entró en la iglesia donde predicaba un sermón Valerio, un anciano obispo quien entre otras muchas cosas dijo que ya era anciano y debido a su origen griego le costaba la predicación por lo que estaba buscando un hombre que le ayudase. En ese preciso momento se levantó un tumultuoso griterío en el templo: ¡Agustín ha de ser nuestro obispo! Lo cogieron y llevaron a rastras hasta el altar. Todo su forcejeo, su llanto y su resistencia fueron inútiles. Valerio, el obispo respaldó esta decisión. Pocos días antes de su ordenación episcopal escribió al obispo Valerio: “Me da la sensación de que soy un hombre, que sin haber aprendido a remar, va a convertirse de repente en timonel de un gran barco. Esta es la razón por la que lloré en silencio cuando fui ordenado sacerdote…” [3].

Así abría su corazón el Papa actual a sus hijos alemanes al poco de ser elegido: “Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconcertado. Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes” [4].

Abandonó el santo de Hipona su retiro desértico de oración y contemplación de la palabra de Dios para entrar en un fragor de problemas cotidianos de gran y pequeña monta. Reflexionando sobre unas palabras del Cantar de los Cantares, en donde se dice que bien entrada la noche el esposo llama a la puerta de la esposa y ésta no quiere abrir, diciendo: “Ya no quiero levantarme, ensuciarme los pies: ya me he acostado, ya no tengo tiempo”. San Agustín dice: el esposo y la esposa son una imagen de Cristo y la Iglesia. Pero ¿cómo puede suceder que la esposa se ensucie los pies al abrirle la puerta a Cristo? ¿Cómo puede ser que la Iglesia no tenga ganas de abrirle la puerta? Entonces se da cuenta de que esa iglesia que se ha retirado a descansar es la imagen de aquellos creyentes que sólo quieren gozar para sí de la palabra del Señor y no quieren ser molestados por la suciedad de este mundo.

Pero Cristo no nos permite esta tranquilidad. Llama a nuestra puerta y a la de todos los hombres que buscan errantes la verdad. Nos pide que nos levantemos y le anunciemos. No hay excusa “cristiana” de ninguna manera para no extender el Evangelio, la palabra de Dios. Ésa palabra que llevamos dentro ha de ayudar a descubrir a cada alma la palabra divina que albergan en sus almas.

Nietzsche dijo que no podía soportar a San Agustín por lo plebeyo y vulgar que le parecía. Ahí radica su grandeza, que pudiendo haber sido un aristócrata del espíritu, abandonó por Cristo su torre de marfil y salió a la palestra de lo que Dios le pedía. También es verdad que este hombre temía más la verdad que la muerte y San Agustín buscó toda su vida la verdad y cuando la encontró, en su segunda conversión, la vuelve a dar.

Un día, este hombre, corazón inquieto, hablando con su madre en la quietud de su Villa, en Ostia junto a la desembocadura del Tiber, después de su conversión, antes de regresar a África, mirando los dos cómo el ancho mar se une con cielo azul, hablan de cómo será cuando el mar y el cielo se hundan, cuando ya no exista ni pasado ni futuro, sino el único eterno hoy de Dios. Dice el santo que en ese momento se nos concedió sentir por un instante el misterio de lo eterno y allí dejamos las primicias de nuestro espíritu. Cinco días después la malaria se llevó a su madre a la tumba y Ostia quedó, algunos meses después, esquilmada [5].

Pedro Beteta. Teólogo y escritor


Notas al pie:

[1] Juan Pablo II, A los seminaristas romanos, 13-X-1979

[2] Juan Pablo II, A los seminaristas romanos, 13-X-1979

[3] Cfr. J. Ratzinger; PALABRA EN LA IGLESIA, Ed. Salamanca 1976, pp. 304-311

[4] Discurso a los peregrinos alemanes, 25-IV-2005

[5] Cfr. J. Ratzinger; PALABRA EN LA IGLESIA, Ed. Salamanca 1976, pp. 304-311

lunes, 7 de julio de 2008

miércoles, 2 de julio de 2008

UNA REFLEXION DE CONFIANZA

Si nuestra confianza está puesta en el Señor, ¿porqué nos embarga tantos temores en la vida? ¿será que dicha confianza no es plenamente aunténtica y fácilmente queda arrebatado por los afanes de lo tempral?. El Señor nos dice en varios apartes de la Biblio, "no tengan miedo" hoy tenemos temor por el llamado calentamiento global, por la crisis económica mundial, por lo pervertido del comportamiento humano que no está acorde con los criterios divinos, por las enfermedades terminales; son temores de talla mundial. Y los temores de tipo personal son mucho más variados y complicados de resolver: El no encontrar en quien poder confiar, el fracaso en nuestros propósitos, el fallar en la búsqueda de la Felicidad, el no poder cumplir con las obligaciones adquiridas, el morir sin dejar huellas, el temor a la soledad interior, el no poder satisfacer las necesidades que el mundo nos crea, en fin son temores que angustian nuestra existencia; y si nos acercamos a Dios El no sale con su Palabra: "no tengan miedo que yo estoy entre ustedes, los he llamado a cada uno por su nombre, son míos" Is.43,1-5.

domingo, 29 de junio de 2008

Apóstoles y Mártires

Autor: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net
Pedro y Pablo, Santos
Fiesta, 29 de junio


Junio 29
Origen de la fiestaSan Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.


Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.


El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros.


San Pedro


San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa “piedra” y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.


Pedro era de carácter fuerte e impulsivo y tuvo que luchar contra la comodidad y contra su gusto por lucirse ante los demás. No comprendió a Cristo cuando hablaba acerca de sacrificio, cruz y muerte y hasta le llegó a proponer a Jesús un camino más fácil; se sentía muy seguro de sí mismo y le prometió a Cristo que nunca lo negaría, tan sólo unas horas antes de negarlo tres veces.
Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:


* Vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, pero por desconfiar estuvo a punto de ahogarse.


* Prensenció la Transfiguración del Señor.


* Estuvo presente cuando aprehendieron a Jesús y le cortó la oreja a uno de los soldados atacantes.


* Negó a Jesús tres veces, por miedo a los judíos y después se arrepintió de hacerlo.


* Fue testigo de la Resurrección de Jesús.


* Jesús, después de resucitar, le preguntó tres veces si lo amaba y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe Supremo de la Iglesia.


* Estuvo presente cuando Jesús subió al cielo en la Ascensión y permaneció fiel en la oración esperando al Espíritu Santo.


* Recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés y con la fuerza y el valor que le entregó, comenzó su predicación del mensaje de Jesús. Dejó atrás las dudas, la cobardía y los miedos y tomó el mando de la Iglesia, bautizando ese día a varios miles de personas.


* Realizó muchos milagros en nombre de Jesús.


En los Hechos de los Apóstoles, se narran varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden del Sanedrín y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez y aún así, se negó a dejar de predicar y fue mandado a azotar.


Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, a los no judíos.
En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Ahí se encontró con varias dificultades: los romanos tomaban las creencias y los dioses que más les gustaban de los distintos países que conquistaban. Cada familia tenía sus dioses del hogar. La superstición era una verdadera plaga, abundaban los adivinos y los magos. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. En menos de trescientos años, la mayoría de los corazones del imperio romano quedaron conquistados para Jesús. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo.


En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera “cacería” de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del emperador Nerón.


Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como su Maestro. Treinta y siete años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad.


San Pedro escribió dos cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.


¿Qué nos enseña la vida de Pedro?


Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice: “Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado” (I Pedro, 1,15)
Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.
Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.


La Institución del Papado


Toda organización necesita de una cabeza y Pedro fue el primer jefe y la primera cabeza de la Iglesia. Fue el primer Papa de la Iglesia Católica. Jesús le entregó las llaves del Reino y le dijo que todo lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y todo lo que desatara quedaría desatado en el Cielo. Jesús le encargó cuidar de su Iglesia, cuidar de su rebaño. El trabajo del Papa no sólo es un trabajo de organización y dirección. Es, ante todo, el trabajo de un padre que vela por sus hijos.


El Papa es el representante de Cristo en el mundo y es la cabeza visible de la Iglesia. Es el pastor de la Iglesia, la dirige y la mantiene unida. Está asistido por el Espíritu Santo, quien actúa directamente sobre Él, lo santifica y le ayuda con sus dones a guiar y fortalecer a la Iglesia con su ejemplo y palabra. El Papa tiene la misión de enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia.


Nosotros, como cristianos debemos amarlo por lo que es y por lo que representa, como un hombre santo que nos da un gran ejemplo y como el representante de Jesucristo en la Tierra. Reconocerlo como nuestro pastor, obedecer sus mandatos, conocer su palabra, ser fieles a sus enseñanzas, defender su persona y su obra y rezar por Él.


Cuando un Papa muere, se reúnen en el Vaticano todos los cardenales del mundo para elegir al nuevo sucesor de San Pedro y a puerta cerrada, se reúnen en Cónclave (que significa: cerrados con llave). Así permanecen en oración y sacrificio, pidiéndole al Espíritu Santo que los ilumine. Mientras no se ha elegido Papa, en la chimenea del Vaticano sale humo negro y cuando ya se ha elegido, sale humo blanco como señal de que ya se escogió al nuevo representante de Cristo en la Tierra.


San Pablo


Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén.
Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.


En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” ( Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22.).
Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Ahí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro.


La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el “apóstol de los gentiles” ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco.


Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían coraje por "cambiarse de bando". En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.


Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.


Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.


¿Qué nos enseña la vida de San Pablo?


Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras.


Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.


Esta conversión siguió varios pasos:
1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.
2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios.
3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica.
4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.


Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.


Visita el Especial de San Pablo con toda la información acerca del Año Paulino (2008-2009

Sin Mi no vale ni durara la amistad ni es verdadero ni puro el AMOR del que yo no soy lazo de
union! Porque todo lo que no procede de Dios perecera! (Imitacion de Cristo)

«Te daré las llaves del Reino de los cielos»

San Máximo de Turín (?-hacia 420), obispo
Sermón CC 1; PL 57, 402


El Señor ha reconocido en Pedro el intendente fiel al cual ha confiado las llaves del Reino, y en Pablo a un maestro cualificado a quien ha dado el encargo de enseñar a la Iglesia. Para permitir encontrar la salvación a los que han sido formados por Pablo, era necesario, para su descanso, que Pedro los acogiera. Cuando Pablo predicando habrá abierto los corazones, Pedro abre a las almas el Reino de los cielos. Es pues algo semejante a una llave lo que Pablo ha recibido de Cristo, la llave del conocimiento que permite abrir a los corazones endurecidos, la fe hasta lo más profundo de ellos mismos; seguidamente, en una revelación espiritual, hace que lo que estaba escondido en el interior se vea iluminado por la gran luz del día. Se trata de una llave que deja escapar de la conciencia la confesión del pecado y en la que se encierra para siempre la gracia del misterio del Salvador.

Los dos, pues, han recibido unas llaves de mano del Señor; llave del conocimiento para uno, llave del poder para el otro; éste es el dispensador de las riquezas de la inmortalidad, el otro distribuye los tesoros de la sabiduría. Porque hay los tesoros del conocimiento, como está escrito: «Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer» (Col 2,3).

sábado, 28 de junio de 2008

Laicos: ser Iglesia “haciendo” el mundo

Fuente: Zenit.org
Autor: Miriam Díez i Bosch

A los laicos les corresponde la evangelización a través de los valores humanos y sociales, de la competencia profesional y la amistad, de la vida familiar y de la colaboración en la búsqueda del bien común y la justicia.

Lo cuenta en este entrevista el teólogo Ramiro Pellitero, que ha escrito un libro sobre el laicado, "Ser Iglesia haciendo el mundo. Los laicos en la nueva evangelización" (Editorial Promesa, San José de Costarrica, 2008), en el que explica "cómo vivir la Iglesia en la dinámica misma de la transformación actual del mundo".

Ramiro Pellitero (León, 1956) es doctor en Teología por la Universidad de Navarra, donde es profesor de Eclesiología y Teología Pastoral.

--"Ser Iglesia haciendo el mundo": ¿qué ha querido aportar con este libro?

--Pellitero: He querido presentar las cuestiones fundamentales que afectan a la teología y a la pastoral, referentes a los fieles laicos. Como todos los demás fieles, están incorporados a Cristo desde el bautismo. En su caso participan de los funciones de Cristo de acuerdo con la índole secular, característica teológica de la condición laical. Es decir, que buscan la santidad y participan en el apostolado de la Iglesia precisamente a través de su trabajo profesional, de la vida familiar y la intervención en la vida social, cultural y política. También para todo esto, el Espíritu Santo los enriquece con multitud de carismas al servicio de la misión de la Iglesia.

--¿Cuál es en concreto la contribución específica de los laicos a la evangelización?

--Pellitero: Como digo, la participación de los laicos en la evangelización debe comprenderse a partir del bautismo y de los carismas que reciben y acogen libremente, para la edificación de la Iglesia y el servicio al mundo.

Ellos están como naturalmente insertados en el mundo, en la sociedad civil. Ese es el "lugar" propio donde desarrollan su vocación bautismal y el objetivo principal, si se quiere llamar específico, de su misión.

El Concilio Vaticano II resume esa misión diciendo que les corresponde la ordenación de las realidades temporales al Reino de Dios. Es decir, la evangelización a través de los valores humanos y sociales, de la competencia profesional y la amistad, de la vida familiar y de la colaboración en la búsqueda del bien común y la justicia. Todo ello de acuerdo con los dones y carismas, muy variados, que reciben.

Como todos los fieles cristianos, es lógico que también los laicos participen más o menos intensamente, de acuerdo con sus posibilidades y preferencias, en tareas como la catequesis y la educación de los jóvenes, en las celebraciones parroquiales, la atención a los pobres y a los enfermos, la orientación familiar, y otras colaboraciones pastorales muy diversas.

--¿Qué lazo hay entre el Espíritu Santo y la misión de los cristianos?

--Pellitero: El Espíritu Santo es el principio de la unidad y de la vida de la Iglesia. Actúa en los sacramentos y los carismas, en orden a que todos los cristianos realicen la misión que Cristo les ha encomendado, bajo la guía de la Jerarquía.

Ahora bien, la vida y la misión de la Iglesia no debe entenderse como una actividad rígida y uniforme, sino como una sinfonía, donde caben y deben escucharse melodías e instrumentos diversos, bajo la autoridad del Colegio Episcopal. De este modo, los carismas garantizan la comunión, es decir, la unidad en la diversidad.

--¿Cuál es compromiso de los fieles laicos para una civilización del amor?

--Pellitero: Se podría resumir diciendo que su compromiso es la transformación de la cultura contemporánea, por medio de su coherencia y su presencia en la sociedad, con la santificación de la vida ordinaria: el trabajo, las relaciones familiares y de amistad... el servicio especialmente a los más necesitados, y su participación en la vida cultural y política.

miércoles, 11 de junio de 2008





martes, 10 de junio de 2008

FUNDAMENTO BIBLICO DEL ROSARIO

Aprende a defender tu FeFuente:

Pregunta: ¿Por qué nosotros en el Rosario repetimos oraciones, si en la Biblia Jesús prohibió que repitiéramos palabras al orar? Un protestante me dijo que eso estaba muy mal y que nada del rosario es biblico. ¿Qué podría contestarle? Respuesta: Es sumamente importante que como católicos, siempre estemos dispuestos a dar razones de nuestra fe(1 Pe 3,15) y presentemos los fundamentos bíblicos de ello. En este caso el Papa Juan Pablo II en su reciente encíclica sobre el Rosario ha hecho un llamado a que presentemos los fundamentos bíblicos del mismo para mostrar su riqueza espiritual y su validez pastoral(Cfr. Rosarium Virginis Mariae No. 43)Con alegría te comparto algunas de las respuestas católicas inmediatas que hemos dado a eso: 1.- Jesucristo nos puso el ejemplo de rezar así. Es falso que la Biblia prohiba repetir palabras en la oración. Cuando en el Evangelio de San Mateo Jesús dice que no se hable tanto en la oración, en ese mismo versículo aclara que se refiere a los paganos que creen que por hacer tanta palabrería van a ser escuchados. El rechazo no es a "repetir palabras" sino al hacerlo sin sentido interior y profundo como lo haría un pagano. Si alguien te dijo eso, sería muy bueno que le dijeras que el mismo Señor Jesucristo nos puso el ejemplo al rezar ‘repitiendo palabras’. Esto fue lo que sucedió. Era uno de los momentos más importantes en la vida de Nuestro Señor Jesucristo, pues él sabía que había llegado la hora de entregarse para salvación del hombre. Es la oración del Huerto de Getsemaní.

¿Cómo fue su oración? Veamos lo que la Biblia nos dice: "Se alejó de nuevo a orar, repitiendo las mismas palabras" Mc 14,39 Si Jesucristo oró "repitiendo las mismas palabras" entonces también nosotros lo podemos hacer. A menos que el protestante diga que también Jesucristo hizo mal al hacerlo así. Aunque usted no lo crea, algunos serán capaces de decir eso con tal de no reconocer su error. 2.- Los Salmos tienen oraciones repetitivas.

Al parecer muchos hermanos protestantes no han leído atentamente la palabra de Dios, pues en ella encontramos que varios salmos de la Biblia son oraciones que tienen partes que se van repitiendo cada dos o tres versículos. Eso era algo muy común en la Biblia. Por ejemplo:

El salmo 29 Repite: "Voz de Yahvé".

El salmo 46 Repite: "Con nosotros Yahvé rey de los ejércitos".

El salmo 80 Repite: "Oh Dios haznos volver".

El salmo 107 Repite: "Den gracias a Yahvé".

3.- Por supuesto que el Rosario es una oración bíblica. *En el Rosario "repetimos palabras" así como Jesús lo hizo. Mc 14,39 *El Padre Nuestro está en la Biblia. Mt 6,9-13 * Gran parte del Ave María está en la Biblia. Lc 1,28-55: Jn 2,1-11 *El Gloria (Alabanza trinitaria) está en la Biblia 2 Cor 13,13-14 4.- *Los ’misterios’ del Rosario en su mayoría son pasajes bíblicos:

Misterios gozosos:

Primer misterio: La Encarnación del Hijo de Dios Lc 1,26-38

Segundo misterio: La Visita de María a Isabel Lc 1,39-45

Tercer misterio: El nacimiento de Jesús Lc 2,1-7

Cuarto misterio: La Presentación del niño Jesús Lc 2,22-34

Quinto misterio: Perdido y hallado en el templo Lc 2,41ss

Misterios Dolorosos:

Primer misterio:La oración de Jesús en el Huerto Mc 14,32-38

Segundo misterio: La Flagelación de Jesús Mc 15,15

Tercer misterio: La Coronación de espinas Mc 15,16-19

Cuarto misterio: Jesús con la Cruz a cuestas Mc 15,21-22

Quinto misterio:Crucifixión y muerte de Jesús Jn 19,18-30

Misterios gloriosos:

Primer misterio: La resurrección de Jesucristo Mt 28,1-6

Segundo misterio: La Ascención de Jesús Mc 16,19-20

Tercer misterio: La Venida del Espíritu Santo Hech 2,1-4

Cuarto misterio:La Asunción de María Cant 6,10

Quinto misterio:La coronación de María Ap 12,1ss

Misterios de la Luz

Primer Misterio: Su Bautismo en el Jordán Mc 1,9-10

Segundo Misterio: La autorrevelación en las bodas de Caná Jn 2,1-11

Tercer Misterio: El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión Mc 1,15 Cuarto Misterio: La Transfiguración Mc 9,2-8

Quinto Misterio: La Institución de la Eucaristía. Lc 22, 19

Disculpeme, pero aunque a muchos no les guste, sí hay algo bíblico, eso es el Rosario. Además, ¿acaso a una esposa le molestará que su marido le diga una y otra vez: "te quiero mucho" "te quiero mucho" "te quiero mucho"... por supuesto que no, sino todo lo contrario. De igual manera el Rosario es un "ramillete de rosas" para María, pidiendo su intercesión y glorificando a Nuestro Señor Jesucristo. El Rosario gira alrededor de la persona de Jesucristo.

ORACION DE FE

Yo creo, Señor; en Ti que eres la Verdad Suprema. Creo en todo lo que me has revelado. Creo en todas las verdades que cree y espera mi Santa Madre la Iglesia Católica y Apostólica. Fe en la que nací por tu gracia, fe en la que quiero vivir y luchar fe en la que quiero morir.

domingo, 8 de junio de 2008

EXPEREINCIA MISTICA

Hoy el Señor Ha estado grande con nosostros, nos ha permitido escuchar su palabra y alimentarnos con su cuerpo y con su sangre en la Ecuaristía, ella es nada menos que el amor de Dios hecho pan. nada más maravilloso que sentirlo muy dentro de nuestro corazón y gozarnos en su presencia; al experimentar esto solo exlamar desde lo más profundo de nuestro corazón "abba" Padre, "Señor Mío y Dios mío" brotando de nuestro corazón una alabanza en gratitud y una adoración en admiración y anonadamiento; por lo puro y grato de su amor. Vivir esto es la experiencia más maravillosa que nos puede pasar.

DIOS NOS LLAMA EN LIBERTAD

Dios respeta en su integridad al hombre, y cuando llama a un alma a su servicio, en su solemne poder, ni la violenta, ni la atosiga, sino que con paciencia y amor la deja casi andar a la deriva o al vaivén de las circunstancias. No es fácil, por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total. Mat. 9, 9-13

San Mateo era un cobrador de impuestos, un pecador ante los ojos de todo el pueblo. Sólo Jesús fue capaz de ver más allá de sus pecados y vio a un hombre. Un hombre que podía hacer mucho por el Reino de los Cielos. Y le llamó con todo el amor y misericordia de su corazón para ser uno de sus apóstoles, de sus íntimos. Todos hemos recibido la vocación a la vida cristiana. Dios nos ha creado para prestarle un servicio concreto, cada uno de nosotros. Tenemos una misión, comos eslabones de una cadena. Decía el Cardenal Newman: “No me ha creado para nada. Haré bien el trabajo, seré un ángel de la paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar si obedezco sus mandamientos. Por tanto confiaré en él quienquiera que yo sea, dondequiera que esté. Nunca me pueden desechar. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle. En la duda, mi duda puede servirle. Si estoy apenado, mi pena puede servirle. Él no hace nada en vano. ¡El sabe lo que hace!” Nuestra respuesta debe ser sincera y en libetad, cuando seguimos a Dios los más beneficiados somos nosotros.

sábado, 7 de junio de 2008

¿PARA QUE NOS LLAMA DIOS?

Dios llama a cada persona a la felicidad y le concede todo aquello que necesita para serlo, la única condisión que nos pide es que le sigamos a él y aceptemos su palabra y nos degemos llenar de su amor, solo de esta manera la alcanzamos y seremos útiles en su reino.

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jueves, 5 de junio de 2008

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DIEZ RAZONES PARA LA VIDA


Diez razones por la vida
Es un pequeño manual para los católicos y hombres y mujeres de buena voluntad que defienden a la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

1. El artículo primero Constitucional ofrece garantías plenas a todo individuo humano en la República Mexicana y prohíbe diversas formas de discriminación. El embrión humano desde el momento de la fecundación es un organismo individual de especie humana y por lo tanto existen motivos fundados para respetarlo plenamente como sujeto titular de derechos y para no discriminarlo bajo ningún motivo.

2. Los artículos 1o., 14, 17 y 22 constitucionales leídos e interpretados en conjunto, y los tratados internacionales firmados y ratificados por México, nos permiten entender que el producto de la concepción tiene derecho a la vida. La Suprema Corte de hecho ya ha emitido una tesis jurisprudencial a este respecto que no puede ser omitida al momento de volver a considerar estas cuestiones: «El producto de la concepción se encuentra protegido desde ese momento y puede ser designado como heredero o donatario, se concluye que la protección delderecho a la vida del producto de la concepción, deriva tanto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, como de los tratados internacionales y las leyes federales y locales».

3. El primer derecho humano sin el cual no se puede gozar de ningún otro derecho es el que se refiere a la vida. Una sociedad que no lo reconoce plenamente y sin reservas mina las bases del Estado de Derecho, de la democracia, del bien común, de la justicia social y del desarrollo de una cultura auténticamente humana.

4. El embrión humano es un organismo con genotipo propio, metabolismo propio, sistema inmunológico propio y proceso de desarrollo orientado hacia un fin preciso. Si bien es sumamente frágil y dependiente del vientre materno, el embrión humano es biológicamente identificable como un individuo diverso al cuerpo de su madre.

5. Todo ser humano tiene pleno derecho a preservar la integridad de su propio cuerpo. El embrión humano también posee este derecho aunque posea capacidades diferentes a las de un adulto desarrollado. Por ello, el cuerpo de la mujer no puede considerarse superior en dignidad al cuerpo del ser humano recién concebido. Las capacidades diferentes del embrión humano no pueden ser motivo de discriminación y menos de supresión. Ambos, madre e hijo poseen la misma dignidad y merecen el mismo respeto.

6. Una sociedad mide su grado de humanidad en la medida en que promueve y defiende el derecho de sus integrantes más débiles, más pobres, más vulnerables, más excluidos. La opción preferencial por los pobres y excluidos pasa por la opción a favor de la vida humana naciente.

7. La autonomía de decisión de la mujer supone el ejercicio del derecho a la vida. En nombre de la autonomía de decisión no puede suprimirse jamás la propia vida ni la de nadie. La libertad no debe ir contra aquello que es su fundamento. Cuando la libertad de alguien aplasta la vida, comienza el despotismo autoritario que ha conducido a los peores regímenes de derecha y de izquierda por igual en la historia reciente.

8. La falta de actividad mental en el embrión debido al modesto grado de desarrollo de su sistema nervioso central no puede ser usada como argumento a favor de la despenalización del aborto. La vida mental supone la vida humana, no viceversa. Los seres humanos poseemos dignidad independientemente del grado de éxito con el que manifestemos nuestra racionalidad, nuestra libertad o cualesquier otra capacidad.

9. La discusión biológico-filosófica sobre el estatuto del embrión humano es muy intensa en los foros académicos. Es preciso entender que cuando existe una disputa de este tipo los Ministros de la Suprema Corte han de privilegiar a la parte más débil. La parte más débil es la más vulnerable e indefensa. Por ello, si existiera duda respecto de la condición humana del embrión, habrá que resolver a favor de la vida de este, para así no abrir ni siquiera una lejana posibilidad de cometer un crimen bajo el amparo de la ley.

10. Tan lamentables son los esfuerzos que pretenden defender la vida del embrión humano sacrificando la de la mujer o ignorando sus legítimos derechos, como los de aquellos que defendiendo estos últimos terminan aplastando los primeros: una solución justa al drama del aborto debe ser racional, razonable e incluyente. Es preciso luchar a favor de los derechos de la madre y de su hijo por igual. Ambos son igualmente valiosos. Ambos merecen nuestra máxima solidaridad y nuestro más radical compromiso.

sábado, 31 de mayo de 2008

PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR.

"Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación".

Esta aclamación dicha por La Virgen María, cuando visitó a su prima Isabel. contiene toda la expresión de jubilo de los elegidos para una misión espesífica por parte de Dios y es la expresión de todo ser humano cuando su corazón está lleno del amor de Dios. Proclamar las grandezas de Dios, solo lo hace aquel que ha tenido un encuentro experiencial con el Maestro, con Jesús vivo y Resucitado y se ha dejado impregnar de su amor maravilloso. Cuando estoy en la Presencia de Jesús cara a cara con El mi corazón se dilata de tal manera que cabe todo el mundo en mi corazón y desde mi corazón en Dios lo amo sin juzgarlo y lo comprendo sin preguntar nada. Como nadie ama lo que no conoce, por eso es imposible amar a Dios sino se conoce, por esta razón comprendo la oscuridad del mundo, la dispersión de los humanos imbuídos en sus angustias. Es que sino está Dios en el corazón y en mi vida toda, nunca comprenderé lo que es la paz, el amor, el gozo en el Espíritu, el perdón, la Mesericordía y nunca podré exclamar con María "proclama mi alma la grandeza del Señor".

(espere mañana otro mensaje como este)

sábado, 24 de mayo de 2008

SI ALGUNO ESTA AFLIGIDO QUE ORE

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 13-16
Le trajeron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él». Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor.
Reflexión
Sant. 5, 13-20. Seamos conscientes de que cuando oramos lo hacemos unidos a Cristo, Cabeza de la Iglesia; y que, por tanto, nuestra oración tiene un poder muy grande en la presencia de nuestro Dios y Padre. Por eso hemos de orar en los momentos de sufrimiento y de alegría; hemos de orar por los enfermos; hemos de orar pidiendo el perdón de nuestros pecados; hemos de orar para que la obra salvadora de Dios llegue a todos los corazones, hasta el último rincón de la tierra. Veámonos siempre como hermanos. Abramos los ojos ante las miserias de nuestro prójimo, no para criticarlo, sino para darnos cuenta de hacia dónde hemos de dirigir nuestra acción evangelizadora para ganarlos a todos para Cristo. Entonces no viviremos divididos, ni como extraños, sino como hijos de un único Dios y Padre.
Sal. 141 (140). Dios; Dios siempre dispuesto a escuchar nuestros ruegos. Sin embargo Él bien sabe lo que necesitamos en cada momento; y bien sabe lo que necesita el mundo y su Iglesia para que todos lleguemos a participar de los bienes eternos. Por eso nuestra oración jamás podrá ser exigente; ni hemos de buscar nuestros propios intereses, sino en todo hacer la voluntad de Dios. Aprendamos a abandonar nuestra vida en manos del Señor. Dejemos que Él nos conduzca conforme a sus designios de salvación. Vivamos en su presencia con un amor verdadero, de tal forma que, después de haber vivido en un amor fiel a Él y a su Iglesia, podamos sentarnos, junto con su Hijo, a la diestra de su Gloria.
Mc. 10, 13-16. Los fariseos arrogantes, sabelotodos, son puestos en contraposición con la sencillez de los niños. Estos no se acercan a Jesús por su propia iniciativa; son, tal vez sus padres o algún familiar, los que se encargan de llevarlos ante Él. Los niños, sencillos y confiados en la mano de sus padres, dóciles y receptivos, son el ejemplo de la forma en que hay que emprender el camino hacia la perfección en Dios, confiando no en nuestras propias fuerzas y recursos, sino sólo en el Señor, que hará su obra en nosotros. Aquel que quiera seguir a Cristo ha de ser sencillo como los niños, con la debida apertura y abandono por completo a su benevolencia divina.
Jesús nos reúne en esta Eucaristía. Llegamos ante Él con la ilusión de no desviarnos del Camino, que es Jesús. Reconocemos que somos pecadores. Si, como dice la Escritura, el justo peca siete veces al día, ¡que será de nosotros! Dios nos quiere desarmados de todo orgullo y de todo falso engreimiento en nosotros mismos. Con humildad escuchemos la Palabra que Él nos dirige y, como mendigos, sentémonos a su Mesa; Él no nos rechazará sino que, en un memorial de amor por nosotros, continuará entregándose para el perdón de nuestros pecados. Pero aceptar el perdón de Dios nos debe hacer vivir como criaturas nuevas, libres del mal y sencillos para tratar a todos con amor, y ser capaces de tomar de la mano a los que son como niños y conducirlos hacia Cristo. ¿Queremos entrar en el Reino de los cielos? Así como Jesús camina hacia su Pascua dirigiéndose decididamente hacia Jerusalén, así nosotros no hemos de renunciar a vivir cercanos a los demás dando nuestra vida en generoso amor por todos, especialmente por quienes necesitan de él y de una caricia de Dios por medio nuestro. Esto es lo que finalmente el Señor nos invita a vivir cuando se dice que abrazó a los niños y los bendijo. ¿Seremos capaces de hacer eso con los viciosos, con los desvalidos, o con los que consideramos malditos a causa de sus grandes culpas? Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de comprender los caminos de Dios sobre nosotros para que nos decidamos a vivir en su voluntad, y poder decir que, junto con Cristo participamos de su Pascua y de su Glorificación. Amén.

Famoso, mujeriego y converso El arzobispo de Burgos presenta el testimonio del actor Eduardo Verástegui Publicamos el mensaje que ha escrito el arzobispo de Burgos, monseñor Francisco Gil Hellín, en el que presenta el testimonio del actor Eduardo Verástegui. * * *
Eduardo Verástegui es un actor televisivo y cantante mexicano que provoca el entusiasmo de la gente joven. Nació hace 33 años en un pueblecito al norte de México. Comenzó a estudiar derecho en la Universidad, pero al cabo de un año lo abandonó para perseguir el sueño de ser actor y cantante. Marcha a Ciudad de México y allí se consolida como actor latino de moda, entra en el mundo de la telenovela y da el salto a la industria latina cinematográfica. Se traslada a Miami y graba su primer disco como solista.
Un día, mientras viaja a Los Ángeles para promocionar su disco, conoce en el avión a un directivo de la Fox, que le invita a un casting para un largometraje. Le dan el papel y se traslada a Hollywood. Allí tiene su primera experiencia radical: después de conseguir durante diez años todo lo que pensaba que le haría feliz, siente un profundo vacío. «Estaba triste e insatisfecho. Me faltaba algo. Por aquel entonces no sabía qué».
Mientras tanto, exprime el precio de la fama con sobredosis de sexo, droga y fiestas. Esto le lleva a perder la perspectiva de la realidad y a vivir en un profundo relativismo. Como suele ocurrir en esos ambientes, sus amistades, lejos de ayudarle, le meten cada vez más en el abismo de las fiestas y de la nada. «Me di cuenta que yo era como un galgo que perseguía una falsa liebre en las carreras. Cuando llegué a morderla, me quedé herido porque era de metal. Estaba persiguiendo una mentira».
Un día tiene un encuentro con Jarmine, la profesora de inglés que durante seis meses le ponen los de la Fox. Esta mujer católica le hace ir al fondo de su vida y despierta en él las preguntas últimas. El actor siempre se había sentido católico, pero su trato con Jarmine le descubre que su catolicismo es una etiqueta cultural, casi vacía de contenido y, desde luego, carente de convicciones. Verástegui recuerda el día que, terminadas las clases, se despidió, dejándole la herida abierta: «¿qué estás haciendo con tu vida?» Comenzó a llorar en un rincón de la casa y no cesó en varios días. «Temblaba por dentro», confiesa él.
Tenía necesidad de encontrar alguien que hablara español para compartir todo lo que sentía y el arrepentimiento por una vida tan alejada de Dios. Le pusieron en contacto con un sacerdote, que comenzó a ayudarle y a dejarle libros. Empieza a ir a misa diariamente. Otro sacerdote, el Padre Francisco, le propone una confesión general. Tras una larga preparación, Verástegui hace una confesión de tres horas. El actor la califica como su segunda conversión: «Comprendí que no había nacido para actor u otra cosa, sino para conocer, amar y servir a Jesucristo».
Con la audacia del converso, vende todos sus bienes y decide irse a Brasil como misionero. Pero el sacerdote le hace descubrir que Hollywood es el lugar donde Dios le espera para que anuncie la Buena Nueva. Verástegui, con Leo Severino, crea Metanoia Films para hacer películas al servicio de la esperanza y dignidad humanas. «Bella» es ...
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domingo, 18 de mayo de 2008

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Puede extrañar que se haya instituido una fiesta específica en honor de la Santísima Trinidad. Hay peligro de que esta fiesta parezca una abstracción. En efecto, la teología latina presenta la Trinidad de un modo bastante metafísico, precisando los conceptos de Persona y Naturaleza. Tres personas distintas con una personalidad completa, pero una sola naturaleza divina. Por muchos esfuerzos que se haga, esto sigue siendo muy abstracto. Pues bien, la liturgia, lo mismo la latina que la oriental, no cesa de mostrar la actividad de las Tres Personas divinas en la obra de la salvación y la reconstrucción del mundo. Pero la teología griega tiene la prerrogativa de exponer de una manera vital lo que es la Trinidad.

De tal modo ama el Padre al mundo que, para salvarlo, envía a su Hijo que da su vida por nosotros, resucita, sube al cielo y envía al Espíritu. El Padre traza en nosotros la imagen de su Hijo, de manera que al vernos, ve en nosotros a su propio Hijo. Esta visión de la Trinidad, denominada "económica", nos permite situar mejor la Trinidad y situarnos mejor nosotros con respecto a ella, haciendo que entendamos mejor cómo el bautismo y toda nuestra actividad cristiana nos insertan en esta Trinidad que no es una mera abstracción.
La misma prerrogativa tiene la liturgia: mostrarnos la actividad de las Personas divinas. Tanto la liturgia sacramental como la eucológica, ya desde los primeros tiempos de la Iglesia, hacen hincapié en la actividad de la Trinidad o en nuestra alabanza en su honor. Así lo hacen las doxologías, como el Gloria Patri..., algunos himnos antiguos tales como el Gloria in excelsis, el Te Deum, etc. Aunque en el siglo IX encontramos iglesias dedicadas a la Trinidad, como en el caso del monasterio de san Benito de Aniano, aunque se tiene un oficio debido a Esteban, obispo de Lieja (+920), que compuso un oficio votivo en honor de la Trinidad, nada encontramos acerca de la institución de una fiesta. Sin embargo, en el año 1030 encontramos establecida una fiesta de la Trinidad, el primer domingo después de Pentecostés, que no tarda en extenderse. El que conozcamos el hecho mejor que sus orígenes, se debe a la oposición con que tropieza, hasta llegar a oponerse a dicha fiesta el propio Papa Alejandro II (+1181). A pesar de todo, la fiesta sigue celebrándose y gusta cada vez más a los fieles, tanto que el Papa Juan XXII la aprueba en 1334 y extiende su celebración a la Iglesia universal, quedando fijada en el domingo después de Pentecostés.

Cabría pensar que, al cerrar con Pentecostés las solemnidades pascuales con la celebración del envío del Espíritu, se ha querido sintetizar la obra de las Tres Personas divinas después de haber venido celebrando su actividad de modo particular. Sin embargo, no todas las iglesias mantuvieron la fecha indicada, celebrando algunas de ellas esta fiesta el último domingo después de Pentecostés.

Hay que reconocer que una celebración de este género sólo podría tener cierto éxito en el momento en que se acentuaban la vida de la liturgia y la pérdida del sentido bíblico. Pues un estrecho contacto con la Escritura proclamada en Iglesia y con la liturgia, toda ella impregnada de la Trinidad y que a cada momento expresa la actividad de las Tres Personas, no habría provocado el deseo de una celebración que, por otro lado, no podía por menos de resultar grata a la mentalidad teológica de la época en que dicha celebración se universalizó. Sin embargo esta fiesta puede atraer nuestra atención durante todo el año sobre la Trinidad operante en toda celebración.
ADRIEN NOCENTEL
AÑO LITURGICO:CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIOSAL
TERRAE SANTANDER 1982, p. 61 s.

domingo, 4 de mayo de 2008

VIVIR SEGUN EL ESPIRITU

Vivir según el Espíritu Santo, es difícil.Vivir con el Espíritu Santo, no lo es tanto.Es bueno pensar que, El,nos acompaña aunque no nos demos cuenta;nos habla, aunque no lo escuchemos;nos conduce, aunque acabemos eligiendo el camino contrario;nos transforma, aunque pensemos que, todo, es obra nuestra.
Vivir PENTECOSTÉSes pedirle a Dios, que nos ayude a construir la gran familia de la Iglesia;es orar a Dios, para sacar de cada uno lo mejor de nosotros mismos;es leer la Palabra y pensar “esto lo dice Jesús para mí”;es comer la Eucaristía, y sentir el milagro de la presencia real de Cristo;es rezar, y palpar –con escalofríos- el rostro de un Dios que nos ama.
¡PENTECOSTÉS ES EL DIOS INVISIBLE!El Dios que camina hasta el día en que nos llame a su presencia.El Dios que nos da nuevos bríos e ilusiones.El Dios que nos levanta, cuando caemos.El Dios que nos une, cuando estamos dispersos.El Dios que nos atrae, cuando nos divorciamos de El.
¡PENTECOSTÉS ES EL DIOS DE LA BRISA!El Dios que nos rodea con su silencio.El Dios que nos indica con su consejo.El Dios que nos alza con su fortaleza.El Dios que nos hace grandes con su sabiduría.El Dios que nos hace felices con su entendimiento.El Dios que nos hace reflexivos con su santo temor.El Dios que nos hace comprometidos, con el don de piedad.El Dios que nos hace expertos, por el don de la ciencia.Pentecostés, entre otras cosas, es valorar, vivir,comprender y estar orgullosos de todo lo que nos prometió Jesús de Nazaret.
¿Cómo? Dejándonos guiar por su Espíritu.

UNGIDOS POR EL ESPIRITU SANTO

EL ESPÍRITU, FUERZA ACTUANTE DE DIOS

ALIENTO
«Jesús tomó el vinagre y dijo: Está cumplido. E inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Jn 19,30). La palabra «espíritu» traduce el término hebreo «ruah», que significa aliento, aire, viento. Como aliento divino que infunde la vida, aparece en la creación del mundo (cf. Gén 1,2; Sal 104,30) y en la del hombre (Gén 2,7). El mismo aliento divino recrea y restaura la vida deteriorada (cf. Ez 37,1- 14).

1. Dios es trinidad
Al comienzo de nuestra reflexión sobre el Espíritu Santo, hemos de recordar, ante todo, que el Dios revelado por Jesucristo, el único verdadero, es esencial y absolutamente diferente del Dios de cualquier otra religión. Los cristianos somos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Creemos en un Dios que es misterio de Amor porque es comunión de vida de tres personas: el PADRE que, desde toda la eternidad, engendra al Hijo y se da totalmente a él; el HIJO que recibe todo su ser del Padre, es su imagen y se entrega totalmente a aquél de quien recibe el ser; el ESPÍRITU SANTO que procede de la donación mutua de ambos y es su amor personificado, el beso que se intercambian. Creemos, pues, en un Dios único, pero no solitario; en un solo Dios, pero cuya vida íntima es tan rica que está constituida por tres personas realmente distintas entre sí.
Y esto que es Dios por dentro, se refleja en todo lo que hace hacia fuera. Toda obra de Dios es a la vez obra común de las tres Personas y específica de cada una de ellas. Y así el Padre es el que tiene siempre la iniciativa. El Hijo consiente, es decir, quiere junto al Padre ser aquél en el cual y por el cual se realiza el proyecto del Padre. Y el Espíritu Santo es el que nos libera de los límites de la finitud y nos hace capaces de Dios. Todo, pues, tiene su origen en el Padre, cuya intención es comunicarnos su vida; el Hijo se ofrece para realizar ese proyecto; y el Espíritu, por su parte, hace que la obra del Hijo se haga experiencia e historia.
San Atanasio de Alejandría explica esta acción triple a través de dos metáforas bellísimas. Si comparamos a Dios con la luz, el Padre sería el foco que la produce, el Hijo el resplandor que procede de él y el Espíritu Santo el que nos da ojos para verla. Y si lo comparamos con el agua, el Padre sería el manantial, el Hijo el río que nos la trae hasta nosotros y el Espíritu Santo quien despierta nuestra sed y nos hace capaces de beberla.
Si Dios actúa así, nuestra relación con él tendrá una dinámica inversa: en el Espíritu, que habita en nosotros y nos transforma, a través del Hijo, realizador del proyecto divino, llegamos al Padre, fuente y origen de toda realidad.
Este misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de nuestra fe, porque es la fuente de todos los demás y la luz que los ilumina. Y, por lo mismo, es el secreto y la explicación última de nuestra vida. Porque hemos sido creados por la Trinidad, estamos hechos a su imagen y tenemos como destino participar de su propia vida. Y este misterio nos descubre que la clave de todo es el amor: es lo que une a las tres divinas personas; a Dios con los hombres; a los hombres entre sí y con Dios. El amor es la esencia de la realidad.
2. El Espíritu Santo en la creación
En el Credo lo confesamos como «Señor y dador de vida». Y, efectivamente, el Espíritu es la persona divina a través de la cual Dios Padre infunde la vida a todas las criaturas, las llama de la nada a la existencia.
En primer lugar, el Espíritu crea el mundo como escenario de la relación del hombre con Dios y como revelación de la sabiduría y de la bondad de Dios. Así lo intuyó la experiencia religiosa del pueblo de Israel al afirmar que, ya al principio de la creación, «el aliento de Dios aleteaba sobre las aguas» (Gén 1,2). O cuando cantaba: «Envías tu aliento y los creas y repueblas la faz de la tierra» (Sal 104,30). Con el término «aliento» o «soplo», que es el que nosotros traducimos por «espíritu», querían designar la fuerza vital, la energía con la que Dios da la vida.
Por ser obra del Espíritu, que lo mantiene y renueva sin cesar, el mundo es bello y es bueno, y nos revela la bondad y la belleza de su Autor: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno» (Gén 1,31). Todas las criaturas nos hablan de Dios y nos cuentan su presencia. Pero esto sólo es posible captarlo con los nuevos sentidos que nos regala el mismo Espíritu y gracias a los cuales podemos descubrir los signos de Dios ocultos en la realidad percibida por los sentidos naturales. Cuando, gracias a él, logramos superar la exterioridad y llegar a la realidad más profunda de todos los seres, podemos paladear la belleza del mundo, intuir la belleza del Creador y explotar en un gran himno de alabanza: «Bendice, alma mía, al Señor: Dios mío, qué grande eres. Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto...» (Sal 104).
Pero la obra creadora del Espíritu alcanzó su culmen en el hombre: «Entonces formó Dios al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gén 2,7). Enraizado y emparentado con el resto de la creación, el hombre recibe como un plus de aliento divino, que lo convierte en una criatura única. Y la razón es clara: es la única criatura hecha a imagen del Creador: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó» (Gén 1,27). La Persona- Amor ha creado al hombre a imagen del Dios Trinitario, es decir, como persona capaz de darse y de recibir libremente, como persona capaz de amar, para que pueda compartir la misma vida amorosa de Dios y participar en ella. Por eso, todo lo que es el hombre –su ser físico, mental y espiritual–, su existencia y su destino, sólo se puede entender desde el Espíritu. Sólo desde él descubrimos por qué estamos hechos así y para qué. Los hombres que ignoran o niegan esta acción del Espíritu, entienden su ser, su existir y su meta como mera materia: nacer, crecer y morir sin dejar rastro. Los que han descubierto en su interior esta realidad sorprendente, entienden su ser, su existir y su meta como un hermoso designio de amor: nacer, crecer y alcanzar su plenitud en Dios.
Y al crear al hombre como imagen de Dios, el Espíritu lo constituye en «sacerdote» del cosmos, en mediador entre todas las criaturas y su Creador. Porque es el único capaz de llevar a Dios los seres creados, el único que puede responder conscientemente de ellos, y el único que puede hacerse voz de las demás criaturas para alabar a su Autor. De ahí que la relación con la naturaleza implique para el hombre una exigencia ética: «Tomó, pues, Dios al hombre y le dejó en el jardín de Edén (el mundo), para que lo labrase y lo cuidase» (Gén 2,15). El hombre no puede contemplar el mundo como un simple depósito de energías para disfrutarlo sin respeto a los ritmos y equilibrios de la naturaleza. Porque la misión que se le ha confiado es custodiar y cuidar lo creado.
3. El Espíritu Santo en la historia
La acción del Espíritu Santo no acaba en la creación. Quien da principio a la vida del hombre, lo va a seguir y a cuidar en toda su existencia para que alcance el fin previsto por el Padre. Por eso va a actuar en la historia y a convertirla en «historia sagrada», es decir, en tiempo de encuentro con Dios y camino hacia la felicidad de la plena participación en la vida divina.
Para ello, el Espíritu crea el pueblo de Dios, un pueblo de creyentes capaz de transmitir el conocimiento de Dios a todas las naciones. Como vemos en la historia de Israel, el Espíritu constituye y guía a este pueblo a través de una triple operación: una acción directiva, una acción profética y una acción santificadora.
a) Acción directiva. En primer lugar, el Espíritu de Dios penetra y conduce la historia de Israel actuando sobre sus jefes y haciendo que obren en nombre de Dios y sirvan de verdad al cumplimiento de los planes divinos. Así lo vemos en el gran liberador y conductor, Moisés, hombre lleno del Espíritu y que hace participar del mismo a sus colaboradores (cf. Nm 11,25) y a su sucesor Josué, a quien impone su mano para que también él esté lleno del Espíritu de sabiduría (cf. Dt 34,9). Lo mismo sucede en el caso de los Jueces, de los que se dice: «El Espíritu de Yavhé vino sobre él y fue juez de Israel» (Jue 3,9-10; cf. Jue 11,29; 13,25). Y cuando se realiza el cambio histórico de los Jueces a los Reyes, se instituye el rito de la «unción», como signo de que el Espíritu toma posesión del nuevo jefe para que conduzca fielmente al pueblo. Así sucede con Saúl (cf. 1 S 10,1-8) y con David (cf. 1 S 16,1-13).
b) Acción profética. En segundo lugar, el Espíritu produce el fenómeno del profetismo, que va a convertir al pueblo en portador de la palabra de Dios. Porque el profeta es un hombre que habla en nombre de Dios y transmite a los demás todo lo que Dios quiere darles a conocer sobre el presente y sobre el futuro, como se dice en la promesa de Dios a Moisés: «Yo les suscitaré de en medio de sus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo le mande» (Dt 18,18). Y quien inspira a los profetas las palabras de Dios y les manda transmitirlas es el mismo Espíritu, como nos cuenta Ezequiel: «El Espíritu entró en mí como se me había dicho y me hizo tenerme en pie; y oí al que me hablaba... Me dijo: Hijo de hombre, todas las palabras que yo te dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente, y luego, anda, ve a donde los deportados, donde los hijos de tu pueblo; les hablarás y les dirás: “Así dice el Señor Yavhé”, escuchen o no escuchen» (Ez 2,2.3,10-11).
Íntimamente relacionado con el don del profetismo está el don de la sabiduría, que capacita al hombre para conocer la voluntad divina. Actuando desde dentro, el Espíritu Santo concede como un nuevo sentido que permite leer la vida con profundidad y descubrir el plan divino. Es lo que explica el libro de la Sabiduría: «¿Quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la sabiduría y no le hubieses enviado desde lo alto tu Espíritu Santo? Sólo así se enderezaron los caminos de los moradores de la tierra, así aprendieron los hombres lo que a ti te agrada y gracias a la sabiduría se salvaron» (Sab 9,16- 18).
A la acción profética del Espíritu en Israel le debemos, además, otro efecto admirable. En la medida en que los dirigentes del pueblo de Dios fueron cayendo en la infidelidad y la apostasía, el Espíritu fue dando a conocer la futura venida de un Rey ideal, el Ungido (Mesías) por antonomasia, sobre el que reposaría el Espíritu de Yavhé con toda la abundancia de sus dones (cf. Is 11,2), y lo haría capaz de realizar una misión definitiva de justicia y de paz. Este Rey pacífico es descrito admirablemente en los cuatro famosos cantos del Siervo de Yavhé, de Isaías (cf. Is 42,19; 49,1-7; 50,4-11; 52,13-53, 12), que son como el retrato anticipado de Jesús.
c) Acción santificadora. Según la Biblia, el Espíritu no es sólo luz que da el conocimiento de Dios, sino también fuerza transformadora que santifica, es decir, que hace vivir la misma vida de Dios. Por eso se le llama «Espíritu de santidad», «Espíritu Santo».
Esta acción transformadora del Espíritu es maravillosamente descrita en esa obra maestra de la oración de Israel que es el salmo 51 (Miserere). El Espíritu comienza despertando la conciencia de pecado y la necesidad de una purificación que sólo puede dar Dios: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa... pues yo reconozco mi culpa». Después, infunde el deseo de la alegría, de una vida plena y armoniosa: «Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados». Pero para gozar plenamente de esa alegría, no basta la eliminación de las culpas, es necesario que el Espíritu nos dé un corazón nuevo, una nueva personalidad: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme». Y, una vez construido el hombre nuevo, el Espíritu lo hace capaz de asumir un compromiso valiente: «Afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti». Y así, los hombres nuevos crearán una sociedad nueva: «Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén».
Ciertamente la revelación del Espíritu Santo como persona no se produjo hasta Jesús; porque sólo en Jesús se nos descubrió que Dios es Trinidad. Pero, como acabamos de ver, el mismo Espíritu fue anticipando y preparando su manifestación definitiva en la historia de Israel, como «aliento» y fuerza actuante de Dios.

JESÚS, PORTADOR DEL ESPIRITU
VIENTO
«De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban» (Hch 2,2). El aliento divino se convierte en huracán para significar la presencia poderosa de Dios (cf. Is 30,27; Ez 1,4).

1. El Espíritu Santo en la vida de Jesús
En Jesús se realiza plenamente el designio eterno de Dios: unirse al hombre divinizándolo. Y es el Espíritu quien, en la «plenitud de los tiempos», hace que se realice esta cumbre de la donación de Dios, con la humanización del Hijo en el seno de la Virgen María. Su acción en este acontecimiento tiene un doble aspecto. El primero y principal es que encarna al Verbo de Dios en la carne de María: «Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre», confesamos en el Credo en fidelidad a lo que nos dice el Evangelio (cf. Lc 1,35). Y el segundo es que el mismo Espíritu prepara a la Virgen María para que preste su consentimiento y colaboración en el misterio de la Encarnación, y para que sea digna morada de Dios. Jesús, por tanto, fue «ungido» por el Espíritu desde su concepción. Y, a partir de ese momento, el Espíritu actuará siempre en su vida.
La primera manifestación pública del Espíritu en Jesús, es el momento de su Bautismo (cf. Mc 1,9-11). Allí se manifiesta explícitamente la personalidad y la misión del Ungido por el Espíritu para realizar la salvación. San Pedro hace referencia a este acontecimiento en casa de Cornelio: «Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él» (Hch 10,37-38). En esta escena Jesús aparece, no sólo como el que «viene» por el Espíritu Santo, sino también como el portador del mismo. Y, en efecto, a partir de ese momento, Jesús se nos presenta siempre como dirigido por el Espíritu y obrando por su fuerza.
Inmediatamente después del Bautismo, el Espíritu conduce a Jesús al desierto para combatir y vencer al diablo (cf. Mt 4,1-11).
Poco después, en la sinagoga de Nazaret, Jesús explica su misión aplicándose un famoso texto de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,16-19). Con este texto Jesús manifiesta la actuación del Espíritu en su predicación y en sus milagros. Pero, además, señala cuál es el objetivo tanto de su misión como de la del Espíritu: liberar al hombre de las potencias del mal para que pueda vivir la nueva existencia del Reino de Dios. Así lo explica también en otra ocasión: «Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,28).
El Espíritu es también el que inspira y mueve la relación de Jesús con el Padre en la oración: «En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y exclamó: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a sabios e inteligentes y las has revelado a pequeños”» (Lc 10,21).
Pero la presencia del Espíritu en Jesús mostrará toda su eficacia y plenitud en los acontecimientos pascuales. Será el Espíritu quien inspire y sostenga el ofrecimiento sacrificial de Jesús y su entrega total al Padre, como dice la Carta a los Hebreos: «Por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios» (Heb 9,14). Y el mismo Espíritu será la fuerza con la que el Padre resucitará a Jesús, como afirma San Pedro: «Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu» (1 Pe 3,18).
En resumen, la triple acción del Espíritu que ya se insinuó en la historia de Israel (directiva, profética y santificadora), alcanza su manifestación y eficacia plenas en la persona y la vida de Jesús. Por eso Jesús es por antonomasia el Ungido (Mesías o Cristo), de quien se predican los tres oficios o funciones que representaban la triple acción: Rey (acción directiva), Profeta (acción profética) y Sacerdote (acción santificadora). Jesús así lo manifestó en esta autodefinición solemne: «Yo soy el Camino (el que guía), la Verdad (el revelador del Padre y de su voluntad) y la Vida (el que transforma al hombre comunicándole la vida divina)» (Jn 14,6).
2. Jesús promete el Espíritu
Durante su vida terrena, Jesús, el Ungido y portador del Espíritu, prometió que comunicaría ese mismo Espíritu a los que creyeran en él.
La primera promesa la pronunció Jesús en el contexto de la fiesta judía de las tiendas, al regreso de la procesión solemne que se organizaba a la fuente de Siloé para recoger el agua, que era derramada a modo de sacrificio sobre el altar: «El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús, puesto en pie, gritó: “Si alguno tiene sed de mí, venga a mí y beba el que crea en mí; como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva”. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7,37-39a). En la interpretación rabínica, el agua simbolizaba al Espíritu, que se esperaba para cuando apareciese el Mesías. Por esa razón Jesús no dice: «Yo soy el agua». Él es el que dará o concederá el agua. Pero esto no sucederá hasta que Jesús no sea glorificado por su muerte, como señala el mismo evangelista: «Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,39b). Y es que, como veremos después, la donación del Espíritu a los creyentes tendrá que ser ganada por la muerte de Jesús.
Por eso Jesús transmite su enseñanza más importante sobre la misión del Espíritu en las horas inmediatamente anteriores a su pasión.
Comienza presentándolo como Defensor y Espíritu de la verdad: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no lo puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está» (Jn 14,16-17). Lo llama «Paráclito», es decir, el «Defensor», el «Abogado», el que asiste a los discípulos. Y dice que es «otro Paráclito», porque el primer defensor es el mismo Cristo, que en la presencia del Padre intercede por nosotros continuamente. Lo llama también «Espíritu de la verdad», porque va a ser quien revele la verdad y quien haga vivir en la verdad. Y añade que no puede ser conocido por el mundo, es decir, por los poderes que se oponen a Dios y a su plan de salvación, sino sólo por los discípulos. Sólo ellos están capacitados para reconocer al Espíritu, porque estaba junto a ellos en la misma persona de Jesús, durante su ministerio, y ahora, después de la Pascua, estará con ellos y en ellos para siempre, actuando en el interior de sus corazones.
Poco después, Jesús nos presenta al Espíritu Santo como el maestro interior del cristiano: «Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,25-26). El Espíritu no revelará cosas nuevas, porque la verdad de Dios ya ha sido revelada: es el mismo Jesucristo. Lo que hará el Espíritu es dar a los discípulos una inteligencia cada vez más profunda del misterio de Jesús, de su vida, de sus obras y palabras, hasta llevarnos a la comprensión plena de su persona y mensaje.
Jesús sigue diciendo que en el Paráclito los discípulos encontrarán la fuerza necesaria para no dejarse encadenar por la mentira del mundo y para permanecer fieles en su testimonio. Porque el Espíritu de la verdad les dará la certeza de la justicia de Cristo: «Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré junto al Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio» (Jn 15,26-27). «Él demostrará la culpabilidad del mundo en materia de pecado, de justicia y de juicio» (Jn 16,8-9).
Por último, Jesús nos presenta al Espíritu como el agente que nos va introduciendo en el misterio de la Trinidad: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga... Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho: Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros» (Jn 16,12-15).
Todos estos textos, que jalonan los discursos finales de Jesús después de la Última Cena, constituyen la base principal de nuestra fe en el Espíritu Santo. Pero también de nuestra fe en la Trinidad. En ellos, en efecto, descubrimos con toda claridad cómo el Padre da todo lo que tiene (lo que es) al Hijo, cómo el Hijo lo recibe y es el encargado de transmitirlo a los hombres, y cómo la riqueza de la vida divina nos es comunicada por el Espíritu Santo, enviado conjuntamente por el Padre y el Hijo.
3. Jesús comunica el Espíritu
La «hora de Jesús», el momento supremo establecido por el Padre para la salvación del mundo y que representa asimismo el momento de su glorificación, fue la de su muerte y resurrección. Como ya dijimos, fue el Espíritu quien transformó el fracaso de la cruz en ofrenda sacrificial de Jesús al Padre por amor de los hombres y quien lo resucitó de entre los muertos. Pues bien, en aquella «hora», Jesús, al morir, «entregó el Espíritu» (Jn 19,30). Aquel Espíritu que él había recibido del Padre, Jesús lo da ahora a los creyentes, precisamente en el acto de su muerte redentora. Por eso el domingo de Pascua, Jesús, dirigiéndose a los once y soplando sobre ellos les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). Es decir, Jesús, «constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santificación por su resurrección de la muerte» (Rom 1,3- 4), da a sus discípulos el Espíritu para hacerlos hombres nuevos, capaces de cumplir la misión a ellos confiada: llevar a los hombres la misma vida que él había recibido del Padre (cf. Jn 6,57) y el mismo amor que el Padre tiene por él.
Y esto fue lo que se cumplió plenamente el día de Pentecostés, cuando el Espíritu descendió en forma de lenguas de fuego sobre los Apóstoles y la Virgen María, completando así su obra en la Pascua de Jesús. San Pedro lo explica en su discurso: «Pues bien, Dios resucitó a Jesús y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo» (Hch 22,32-33). En el relato de Pentecostés, el Espíritu se manifiesta a través de potentes imágenes que expresan su acción: el soplo del viento, es decir, el hálito de la nueva vida que comunica; las lenguas de fuego, que indican la capacitación y fortalecimiento para dar testimonio del Evangelio; el poder de hablar y comprender lenguas extranjeras, que sugiere la misión universal de los discípulos para agrupar a todos los pueblos en un solo Pueblo de Dios.
En Pentecostés comenzó la era de la Iglesia. Porque, a partir de aquel momento, Jesús continúa ejerciendo su misión a través de sus discípulos, a quienes les comunica el mismo Espíritu que él posee. Como Jesús, los discípulos van a ser dirigidos y guiados por el Espíritu. Pero, también como Jesús, los discípulos van a ser portadores y transmisores del Espíritu a todos los hombres. Por eso San Pedro acaba su discurso con esta exhortación: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro» (Hch 2,38-39).
Todos nosotros fuimos bautizados en una fuente de agua, signo del manantial de agua viva que se nos comunicaba, el Espíritu. Y, de este modo, nos convertimos en «ungidos» (cristianos), es decir, en personas transformadas por el Espíritu y portadoras del Espíritu, como partícipes del «Ungido» (Cristo) y de su triple misión. Así lo expresaba la bella oración que acompañó nuestra unción con el santo crisma: «Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que os ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, os consagre con el crisma de la salvación para que entréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey».
Y esta gracia del Bautismo fue completada en nosotros por la Confirmación, cuando el obispo impuso sobre nosotros las manos y nos volvió a ungir. El Espíritu nos enriqueció entonces con una fuerza especial que nos vinculaba más fuertemente a la Iglesia y nos capacitaba para difundir y defender la fe, con obras y palabras, como auténticos testigos de Cristo. Entonces se cumplió en cada uno de nosotros la solemne promesa de Jesús al despedirse de este mundo: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).

EL ESPIRITU NOS GUIA HASTA LA VERDAD COMPLETA
AGUA
«Así dice la Escritura: De sus entrañas manarán ríos de agua viva. (Se refería al Espíritu que habían de recibir los creyentes en él) (Jn 7,38-39). El agua, elemento necesario para la vida y signo de la renovación obrada por Dios (cf. Ez 47,1-12; Za 14,8), se convierte en el N. T. en el signo sacramental del nuevo nacimiento en el Espíritu, el Bautismo.»

1. El Espíritu Santo y la Revelación
Dios, que es invisible, ha querido manifestarse a los hombres y darles a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9). Y esto la ha hecho de muchas maneras desde el origen mismo del mundo.
En primer lugar, al crear y conservar el universo por su Palabra, ha ofrecido a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo. Como dice San Pablo, «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se deja ver a la inteligencia desde la creación del mundo a través de sus obras» (Rom 1,20). Además, queriendo abrir el camino de la salvación, Dios se reveló desde el principio a nuestros primeros padres. Y, después de su caída, los levantó a la esperanza de la salvación con la promesa de la redención.
Después, ha cuidado continuamente del género humano, ha inscrito su ley en la conciencia de todo hombre para que sepa discernir entre el bien y el mal, y ha ofrecido su salvación a todos los que le buscan con sincero corazón. Por eso no es extraño que los hombres de todos los tiempos hayan tenido una cierta percepción de esa fuerza misteriosa que dirige el mundo y los acontecimientos de la vida humana; y que muchos incluso hayan reconocido a Dios y hayan impregnado toda su vida de un íntimo sentido religioso. Así lo atestigua la historia de las religiones.
Pero, como a causa del pecado, los hombres se ofuscaron en sus razonamientos, adoraron y sirvieron a las criaturas en vez del Creador, y cayeron en todo tipo de perversiones (cf. Rom 1,18-25), Dios, movido por su amor, decidió manifestarse más claramente a los hombres, hablarles como amigos y tratar con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía.
Para reunir a la humanidad dispersa, comenzó llamando a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo (cf. Gén 12,2-3). Y, en efecto, después de la época de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo, salvándolo de la esclavitud de Egipto, y lo fue instruyendo por medio de Moisés y los profetas para que lo reconocieran a él como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo juez. Además, fue despertando en ese pueblo una gran esperanza: un día, Dios purificaría todas las infidelidades de la humanidad y ofrecería la salvación definitiva, no sólo al pueblo de Israel, sino a todos los hombres (cf. Ez 36; Is 49,5-6). De este modo, Dios, a través de su «aliento» misterioso, fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio.
Y, por fin, llegó el día de la manifestación definitiva: «Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo» (Heb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre que actuó y habló movido por el Espíritu de Dios, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En él, Dios nos lo ha dicho ya todo, no le queda más por decir. Con sus palabras y obras, con sus signos y milagros, y, sobre todo, con su muerte y gloriosa resurrección, Jesús nos ha revelado toda la hondura del amor que es Dios y su designio admirable sobre nosotros.
Pero la plenitud de la revelación de Jesús sólo se produjo cuando él envió al Espíritu de la verdad. Ya lo anunció a los apóstoles en el Cenáculo: «Muchas cosas tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ellas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga» (Jn 16,12-13). Fue, pues, el Espíritu Santo quien concedió luz a los apóstoles para que conocieran la «verdad completa» del Evangelio de Cristo, para que ellos y sus sucesores pudieran anunciarla a todas las gentes (cf. Mt 28,19).
2. El Espíritu Santo y la transmisión de la Revelación
La revelación definitiva de Dios en Jesús, nosotros sólo la conocemos a través del testimonio de los apóstoles.
Como lo que Dios había revelado tenía que servir para la salvación de toda la humanidad, Dios mismo estableció la manera de conservarlo íntegro para siempre y transmitirlo a todas las edades.
a) La transmisión de los Apóstoles
Cristo mandó a los apóstoles predicar el Evangelio a todos los hombres, como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta (cf. Mt 28,19-20). Los apóstoles cumplieron fielmente este mandato, transmiténdonos todo lo que habían aprendido de las obras y palabras de Jesús y lo que el Espíritu Santo les había enseñado. Y lo hicieron de dos maneras: oralmente, es decir, con su predicación, y por escrito, ya que los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación.
Tanto la transmisión oral como la escrita, se hicieron bajo la inspiración y la asistencia del Espíritu Santo. Sólo él es capaz de garantizar que la verdad transmitida coincida con la verdad revelada. Esta intervención del Espíritu en la predicación de los apóstoles comenzó ya el día de Pentecostés: «... quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hch 2,4). San Pedro tiene plena conciencia de esta acción del Espíritu, cuando escribe: «... éste es el mensaje que ahora os anuncian quienes os predican el Evangelio, en el Espíritu Santo enviado desde el cielo» (1 Pe 1,12).
b) La transmisión de la Iglesia
Después de la muerte de los apóstoles, la Revelación tenía que darse a conocer a los hombres de todos los tiempos. Y esta es la tarea asignada a la Iglesia. Por eso San Pablo escribía a sus discípulos: «Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta» (2 Tes 2,15).
Las últimas palabra del Apóstol ya nos indican que la Iglesia tendrá que conservar lo transmitido por los apóstoles de dos modos:
1) En la Sagrada Escritura conservará lo que ellos escribieron.
2) En la Tradición, es decir, en su enseñanza, su vida y su culto, conservará lo que ellos hicieron y enseñaron oralmente.
Sagrada Escritura y Tradición son para nosotros las fuentes donde encontramos la Revelación. Ambas están estrechamente unidas, ya que manan del mismo manantial, se unen en un mismo caudal y corren hacia el mismo fin (cf. Dei Verbum, 8). Y ambas constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia.
Ya hemos dicho que el Espíritu Santo está en el origen de este depósito de la fe, por cuanto que ha inspirado tanto la Sagrada Escritura como la predicación oral de los apóstoles que nos transmite la Tradición. Pero, para que este depósito sea conservado y transmitido por la Iglesia, el Espíritu necesita hacer aún otras dos operaciones:
1) Ayudar a que los creyentes acojan con fe y crezcan en la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas. Esta acción interna del Espíritu Santo nos acompaña cuando contemplamos y estudiamos estas verdades, cuando profundizamos en los misterios que vivimos, y cuando escuchamos su proclamación por parte de los sucesores de los apóstoles.
2) Asistir al Magisterio de la Iglesia para que enseñe e interprete auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita. Porque los obispos, en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma, tienen por mandato divino la misión de custodiar celosamente y explicar con fidelidad el depósito de la fe. Y, en el ejercicio de esta misión, cuentan con la asistencia del Espíritu Santo.
Gracias a esta doble acción del Espíritu Santo, la Iglesia es infalible, no se puede equivocar al presentar e interpretar la doctrina revelada. Este don de la infalibilidad está concedido, en primer lugar, a todo el pueblo de Dios: la totalidad de los creyentes no puede equivocarse cuando, desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos, muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y moral. Y esta infalibilidad reside también en aquellos que, por voluntad de Jesús, tienen la capacidad de representar a todo el pueblo de Dios: en el Papa, cuando como Pastor supremo enseña definitivamente una doctrina, y en el Cuerpo Episcopal, cuando ejerce el magisterio supremo presidido por el sucesor de Pedro.
3. La Sagrada Escritura, inspirada por el Espíritu Santo
Hemos dicho que la revelación de Dios nos llega al mismo tiempo a nosotros por la Sagrada Escritura y por la Tradición. Vamos a fijarnos ahora especialmente en la palabra de Dios escrita, en la Biblia.
El Concilio Vaticano II afirma: «La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia» (Dei Verbum, 11). Desentrañemos el significado de esta declaración solemne.
La Sagrada Escritura es, a la vez, un libro divino y humano. Es divino porque tiene a Dios por autor, ya que las verdades que en él se contienen se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. Y es humano porque, en la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaron de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería (cf. Dei Verbum, 11). Y, como todo lo que afirman los autores inspirados lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que estos libros sagrados nos enseñan fielmente y sin error la verdad que Dios ha querido transmitirnos para nuestra salvación.
Ahora bien, si en la Sagrada Escritura Dios habla al hombre a la manera de los hombres, para interpretarla bien es preciso estar atento, tanto a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar, como a lo que Dios quiso manifestarnos a través de sus palabras. Para descubrir la intención de los autores sagrados, es preciso tener en cuenta la cultura, la historia y los modos de hablar y de escribir de la época en que escribieron. Para captar lo que Dios nos quiere decir, hemos de tener en cuenta este gran principio: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (Dei Verbum, 12). Y esto se logra aplicando estos cuatro criterios:
1) Se ha de leer a la luz de la fe, que es la que nos permite recibirla como palabra de Dios.
2) Se ha de leer desde Cristo, porque, por muy diferentes y distantes que sean los libros que la componen, todos manifiestan el único designio de Dios, cuyo centro y corazón es Cristo Jesús.
3) Se ha de leer en la Tradición viva de la Iglesia, ya que la Revelación va dirigida a todo el pueblo de Dios, que conserva su memoria viva en la Tradición y cuenta con la asistencia del Espíritu Santo para interpretarla auténticamente.
4) Se ha de leer situando cada cosa en el conjunto, ya que existe una cohesión entre todas las verdades que enseña, dentro del proyecto total de la Revelación.
En cuanto a su contenido, recordemos que la Sagrada Escritura se compone de Antiguo y Nuevo Testamento. Los 46 libros del Antiguo Testamento, aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, están divinamente inspirados y conservan un valor permanente. Nos enseñan la pedagogía divina, que fue preparando y anunciando la venida de Cristo, y contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y sobre el hombre. Los 27 escritos del Nuevo Testamento nos ofrecen la verdad definitiva de la revelación divina, porque su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo. Y, entre los escritos del Nuevo Testamento, sobresalen los cuatro Evangelios, corazón de toda la Biblia, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador.
Finalmente, conviene que ponderemos la importancia de la Biblia para nuestra vida de creyentes. El Vaticano II compara la importancia de la Sagrada Escritura para la Iglesia con la que tiene la Eucaristía (cf. Dei Verbum, 21). Y es que la Sagrada Escritura y la Eucaristía hacen la Iglesia. Para explicar esta función constitutiva de la palabra de Dios escrita, el mismo Concilio hace tres afirmaciones muy importantes:
1) La Sagrada Escritura es «sustento y vigor de la Iglesia». En efecto, ella es la norma suprema de la fe, junto con la Tradición, y el alimento de toda su predicación y vida.
2) La Sagrada Escritura es «firmeza de fe para sus hijos». Pues a través de ella adquirimos la ciencia suprema de Jesucristo. «Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (Dei Verbum, 25).
3) La Sagrada Escritura es «alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual». Es decir, es (debe ser) el alimento principal de nuestra vida personal de fe. Ningún libro es comparable a la Biblia, ni en cuanto a su verdad ni en cuanto a la energía que trasmite; porque Dios hace siempre lo que dice.
Aunque, para que esto suceda, tendremos que prestar atención a este último consejo del Concilio: «Recuerden que, a la lectura de la Biblia, debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre; pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras» (Dei Verbum, 25). Es una forma de recordarnos que la Biblia es una inmensa declaración de amor que está exigiendo una respuesta de amor.

EL ESPIRITU NOS HACE HOMBRES NUEVO

LUZ
«Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo... luz que penetras las almas» (Secuencia de Pentecostés). Como la columna luminosa que alumbraba el caminar del pueblo por la noche (cf. Ex 13,21-22), el Espíritu Santo guía a los discípulos de Jesús hacia la verdad completa, como «maestro interior» (cf. Jn 16,13-15).

El Espíritu Santo es Dios dado como vida al hombre, no desde fuera sino desde dentro de su subjetividad, intimidad y libertad constitutiva. Esta acción transformadora del Espíritu que crea un hombre nuevo, es explicada por San Pablo con tres imágenes potentes: «Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones» (2 Cor 1,21-22; cf. Ef 1,13; Ef 4,30).
La unción, acción simbólica que consiste en derramar aceite sobre la cabeza, remite a la fuerza de Dios derramada en el interior del hombre y que lo va abriendo desde dentro de su ser a la palabra, la experiencia y la misión que Dios le encarga.
El sello, que es la marca que los amos imprimían en la piel de los esclavos de su propiedad, es, a la vez, signo de propiedad y protección: somos de Dios y él nos protege como cosa suya.
Las arras, que era la cantidad que se adelantaba como prenda en un contrato, indican que el don del Espíritu es prenda y promesa de la plenitud que Dios nos dará.
Vamos a describir esta nueva vida creada en nosotros por el Espíritu con la ayuda del rico vocabulario que ha ido consagrando la tradición cristiana, a partir del Nuevo Testamento.
1. El Espíritu crea una nueva vida: la gracia santificante
El anuncio del Evangelio se presenta en el Nuevo Testamento, no sólo como una propuesta de sentido o como un mensaje moral, sino, ante todo, como un acontecimiento del que nace una nueva existencia. Se trata de una nueva creación fruto de una alianza nueva de Dios con el hombre, que ha producido un hombre nuevo: «Renovaos en vuestro espíritu y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas» (Ef 4,23-24).
Esta nueva existencia está constituida por la acción de las tres divinas Personas y por la nueva relación del hombre con ellas. Se trata, por tanto, de tres acciones y tres relaciones distintas, pero estrechamente coordinadas: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2 Cor 13,13). Y esta triple acción permite que llamemos a esta nueva vida de tres formas distintas según la acción que acentuemos:
1. Vida divina. Con este nombre acentuamos el origen y el contenido de la nueva existencia: Dios Padre nos concede participar de su propia vida, que es amor.
2. Vida cristiana. Este nombre indica la mediación encarnativa y la forma modélica de la nueva existencia: Dios se nos ha dado en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Por eso, Jesús es la gracia, el don del Padre y el paradigma de la vida divina realizada humanamente. La nueva forma de existir consiste en conformarnos con Cristo, en imitarle e incorporarnos a él, para llegar a ser por adopción lo mismo que él es por naturaleza.
3. Vida espiritual. Este tercer nombre quiere expresar que Dios no es solamente el donante y el don, sino también el que hace posible que aceptemos ese don. Porque el Espíritu Santo es Dios mismo que se integra en nuestra subjetividad para hacer posible desde dentro esta nueva existencia. Él llama, alienta, atrae y sopla, favoreciendo y potenciando nuestros propios dinamismos para que sean capaces de abrirse a las relaciones trinitarias.
Si en vez de contemplar la nueva existencia desde el punto de vista de las Personas divinas, como acabamos de hacer, la contemplamos desde el hombre que es transformado, nos encontraremos con otras dos expresiones, que intentan designar el nuevo ser y el nuevo dinamismo vital que recibimos:
1. Gracia santificante. Es como el nuevo ser, porque es el don gratuito que Dios nos hace de su propia vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla. Se trata, por tanto, de un don habitual, de una disposición estable y sobrenatural, que eleva y perfecciona el ser natural del hombre para hacerlo capaz de vivir con Dios y de obrar por su amor. En definitiva, es participación en la misma vida de Dios, porque nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: nos hace hijos adoptivos del Padre y miembros de Cristo, movidos por el Espíritu Santo. La debemos distinguir de las «gracias actuales», que designan intervenciones puntuales de Dios en el origen de la conversión o en cualquier momento de nuestra vida.
2. Santidad. Es el desarrollo vital de los que participan de la vida divina por la gracia santificante. Es un proceso de crecimiento, un camino, que tiene un punto de partida y una meta. El inicio es lo que llamamos «justificación», que es la acción del Espíritu Santo que arranca al hombre del pecado, purifica su corazón, lo santifica y lo renueva por dentro. La meta es la plenitud de la vida cristiana, la perfección de la caridad que experimentaremos cuando veamos a Dios cara a cara y seamos incorporados definitivamente a su vida. Entre estos dos puntos discurre el camino de la santidad, que ha sido bellamente descrito por el Vaticano II: «Una misma es la santidad que cultivan, en los diversos géneros de vida y ocupación, todos los que, movidos por el Espíritu de Dios y obedientes a la voz del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz para merecer tener parte en su gloria. Sin embargo, cada uno, según sus dones y funciones, debe avanzar con decisión por el camino de la fe viva, que suscita esperanza y obra por la caridad» (Lumen gentium, 41).
Una última cuestión: ¿Cuándo y cómo nace esta nueva existencia? La respuesta del Nuevo Testamento es clara: el hombre nuevo es resultado de un renacimiento, el bautismo. Allí somos insertados en el destino de Jesús, en su muerte y resurrección, y somos transformados por el Espíritu; allí se produce lo que hemos llamado «justificación», que equivale a una nueva creación. La Sagrada Escritura expresa esta recreación del Espíritu con dos grandes símbolos, el fuego y el agua. El fuego simboliza la acción de Dios que purifica y depura. No se trata de un fuego que llega desde fuera y calcina al objeto, sino de una llama que se introduce en el corazón del hombre, lo purifica y lo hace renacer (cf. Mal 3,2; Za 13,9; Mt 3,11; 1 Pe 1,7). Y en el Evangelio de Juan, el Espíritu aparece sobre todo como agua viva que se derrama, cala lo reseco, fecunda lo agotado y calma la sed. Así aparece en los diálogos de Jesús con Nicodemo (cf. Jn 3,1-8) y la samaritana (cf. Jn 4,10-16), y, sobre todo, en la gran declaración, de Jn 7,37-39.
2. El Espíritu nos da unas nuevas facultades: las virtudes teologales
En la descripción de la santidad que hace el Vaticano II, y que acabamos de citar, aparecen las tres «virtudes teologales»: la fe, la esperanza y la caridad. Son las nuevas capacidades que adaptan las facultades del hombre para vivir en relación con la Santísima Trinidad. Nos son infundidas por el Espíritu Santo junto con la gracia santificante y nos hacen capaces de obrar como hijos de Dios. Por eso son las que fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano.
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que él nos ha dicho y revelado y que la Iglesia nos propone para creerlo.
Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla.
Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Aunque se distinguen entre sí, las tres virtudes teologales están íntimamente unidas. En realidad componen una única actitud fundamental, como subraya el Vaticano II al hablarnos de «la fe viva, que suscita esperanza y obra por la caridad» (Lumen gentium, 41). Y la que las unifica es la más importante de ellas, la caridad, fuente y término de toda la vida cristiana. Porque la caridad es la que purifica nuestra facultad humana de amar y la eleva a la perfección sobrenatural del amor divino. Con razón dice San Pablo: «Si no tengo caridad, nada soy; si no tengo caridad, nada me aprovecha» (1 Cor 13,1-4). Y también: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1 Cor 13,13).
3. El Espíritu nos da nuevos instintos: los dones
Íntimamente relacionados con las virtudes teologales, están los llamados «dones del Espíritu Santo».
Estamos viendo la multiplicidad de dones que el Espíritu Santo concede, tanto para el crecimiento de la vida cristiana como para el desarrollo de la comunidad; tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia. En realidad, toda la vida, natural y sobrenatural, es don del Espíritu.
Pero la expresión «dones del Espíritu Santo», en el lenguaje eclesial, se reserva para designar unas disposiciones permanentes que el Espíritu infunde en el alma para perfeccionamiento de las virtudes sobrenaturales, con el fin de hacer al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Santo Tomás de Aquino habla de ellos como de «un cierto instinto superior», que nos lleva a acoger con facilidad las mociones del Espíritu.
Según un famoso texto de Isaías (cf. Is 11,1-2), que fue pronunciado sobre nosotros en el momento de la Confirmación, los dones del Espíritu son siete: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
No existe unanimidad a la hora de explicar el efecto propio de cada uno de estos dones. Pero, si nos fijamos con atención, parecen querernos facilitar como tres grandes operaciones, que nos llevan a distribuirlos en tres grupos:
1. Dones que nos facilitan comprender a Dios y su voluntad, sobre nosotros: sabiduría, inteligencia y ciencia.
2. Dones que nos facilitan el decidir de acuerdo con esa voluntad divina: consejo y fortaleza.
3. Dones que nos facilitan el permanecer y crecer en la relación personal con Dios: piedad y temor de Dios.
Una bella identificación de cada uno de ellos, que responde bastante a la opinión tradicional más extendida, es la que aparece en esta oración moderna:
«Espíritu Santo, llena mi alma con la abundancia de tus dones.
Dame el don de la SABIDURÍA para gustar las cosas que Dios ama y apartarme de los valores que me apartan del Evangelio de Jesús.
Dame el don de INTELIGENCIA para vivir con fe viva toda la riqueza de la verdad cristiana.
Dame el don de CONSEJO para que en medio de los acontecimientos pueda descubrir lo mejor y crecer en la fe bautismal.
Dame el don de FORTALEZA de manera que sea capaz de vencer todos los obstáculos que encuentre en el camino del seguimiento de Jesús.
Dame el don de CIENCIA para discernir claramente entre el bien y el mal, la falsedad y la mentira, el camino ancho y la puerta estrecha que conduce al Reino.
Dame el don de PIEDAD para amar a Dios como Padre y reconocer en los hombres y mujeres a los hermanos que tengo que servir y donde Dios me está esperando.
Dame el don de TEMOR DE DIOS para escuchar y acoger con fidelidad la plenitud de la revelación realizada en el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el Mesías.»
4. El Espíritu nos hace imágenes de Cristo: los frutos
La tradición cristiana nos habla de unos «frutos del Espíritu», es decir, de unas perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. Sería como el resultado de toda la acción transformadora del Espíritu en el hombre.
Siguiendo a San Pablo, en un texto de la Carta a los Gálatas (5,22-23) en su traducción latina, se enumeran hasta doce frutos: amor, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad.
Todas estas perfecciones coinciden básicamente con las que se enumeran al principio de ese discurso programático de Jesús que es el Sermón del Monte. Las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-11) son el centro de la predicación de Jesús y el resumen de todo el Evangelio, precisamente porque dibujan el rostro de Cristo y describen su caridad. Y, por ofrecer el retrato de Cristo, perfilan del mejor modo posible el retrato del hombre nuevo creado por la acción del Espíritu.
Comienzan situándonos ante la meta de la existencia humana: vivir con Dios, participar de su propia felicidad. De este modo, conectan con el deseo natural de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre, a fin de atraerlo hacia él, que es el único que lo puede saciar. Pero, para llegar ahí, hay que acertar el camino, que no es otro que el de Jesús, el camino de la cruz; de ahí que las bienaventuranzas sean promesas paradójicas, puesto que ofrecen la felicidad a cambio de situaciones que parecen infelices. Y este camino de cruz que conduce a la gloria es el que se concreta en unas actitudes, que deben ser las características y distintivas de la vida cristiana. Pero estas actitudes sólo son posibles gracias a la acción del Espíritu. Por eso, la pobreza de espíritu, la limpieza de corazón, la misericordia, el espíritu de paz, etc., antes que exigencias, son dones; son el resultado tangible de toda esa acción misteriosa y silenciosa del «dulce huésped del alma» que lleva al hombre más allá de sus posibilidades naturales para adentrarlo en la hoguera inefable del amor divino.

EL ESPIRITU HACE DE DOS UNA SOLA CARNE

MANO
«Les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo» (Hch 8,17). Jesús curaba imponiendo las manos (cf. Mc 6,5; 8,23). Los apóstoles hicieron lo mismo (cf. Mc 16,18; Hch 5,12). Pero los apóstoles utilizaron la imposición de manos sobre todo para infundir el Espíritu. Y lo mismo sigue haciendo la iglesia en los sacramentos.

El matrimonio es un lugar donde confluye y brilla con especial intensidad toda la acción creadora y santificadora del Espíritu Santo. Por eso no resulta extraño el hecho que constata el Catecismo de la Iglesia Católica: «La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26-27) y se cierra con la visión de las bodas del Cordero (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su misterio, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación en el Señor (1 Cor 7,39), todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,31-32)» (Catecismo, n. 1602). Más aún, la Escritura convierte el amor conyugal en el gran símbolo para explicar el amor de Dios hacia los hombres.
Para explicar la acción multiforme del Espíritu en esta realidad humana privilegiada, vamos a seguir las invocaciones que vertebran la bella «Bendición nupcial» del rito católico del Matrimonio.
1. El matrimonio en el orden de la creación
«Oh Dios, que con tu poder creaste todo de la nada, y, desde el comienzo de la creación, hiciste al hombre a tu imagen y le diste la ayuda inseparable de la mujer, de modo que ya no fuesen dos, sino una sola carne, enseñándonos que nunca será lícito separar lo que quisiste fuera una sola cosa».
El matrimonio no es una institución puramente humana; ha salido de las manos del Creador: «Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza; hombre y mujer los creó» (Gén 1,27). La diferenciación sexual forma parte del ser del hombre tal como fue creado por Dios. No existe el ser humano «en sí»; el ser humano existe únicamente como hombre o como mujer. Dos modos de ser hombre diferentes pero con igual dignidad, que se atraen y están llamados a complementarse. Es significativa la expresión admirativa del primer hombre cuando ve ante sí a la mujer: «Esto sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gén 2,23). La Escritura presenta así el enamoramiento entre hombre y mujer como el reconocimiento agradecido y emocionado del hombre a su Creador.
Y este misterio del hombre y de la mujer es tan profundo que su mutua alianza se convierte en imagen y semejanza de la alianza de Dios con los hombres; en representación del amor, la fidelidad y la fuerza creadora de Dios. Dios, que es Amor (cf. 1 Jn 4,8.16), ha creado al hombre a su imagen y semejanza, es decir, con capacidad y vocación de amar. Y, con ello, ha mostrado la cumbre y el sentido de toda su obra creadora. El Espíritu, que «planeando sobre las aguas» ha ido dando vida a todas las criaturas, como reflejo de la bondad y belleza de Dios, en el hombre ha plasmado la misma esencia de Dios: el amor. Y con ello nos ha manifestado que todo nace del Amor, que todo es creado por el Amor y que todo tiene como fin el Amor.
No es extraño, pues, que el amor entre el hombre y la mujer sea muy bueno a los ojos del Creador (cf. Gén 1,31). Por ello forma parte de la revelación de Dios ese poema de amor apasionado que es el Cantar de los Cantares. No encontraremos en la Biblia ningún tipo de hostilidad hacia el amor sexual. Aunque tampoco será sacralizado o mitificado, como ocurre en otras culturas. Precisamente por su misma bondad y belleza creatural, el amor sexual siempre estará referido a algo que está por encima. Al igual que ocurre con el resto de la creación, no tiene su fundamento ni su meta en sí mismo. El amor finito y limitado entre el hombre y la mujer es la imagen que remite a otro amor absoluto, que es el único capaz de saciar el corazón del hombre.
La Escritura describe también las calidades y finalidad del amor entre hombre y mujer. Afirma, en primer lugar, que hombre y mujer se necesitan para realizarse: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gén 2,18). Dios ofrece, pues, una ayuda, que juzga necesaria, para que la persona pueda desplegar todas sus potencialidades. Y esta ayuda, en cuanto ofrecida por Dios, significa y trae el mismo auxilio divino. Dios actúa en cada cónyuge a través del otro. Naturalmente, esto exige que la unión de ambos sea indefectible: el otro forma parte de mí mismo; separarme de él sería destruirme: «Se hacen una sola carne» (Gén 2,24). Por otra parte, este amor está destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación: «Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla» (Gén 1,28). Si «no es bueno que el hombre esté solo», tampoco es bueno que la pareja esté sola. Porque si el otro me ha de ayudar a realizarme, no puede servirme para cerrarme, sino para abrirme.
2. El Matrimonio bajo la esclavitud del pecado
«Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado original, ni por el castigo del diluvio».
Todos los hombres, desde el primero, vivimos la experiencia del mal, del pecado. Y esta ruptura suicida con nuestro Creador, tiene consecuencias dramáticas para la relación hombre-mujer. No podía ser de otro modo: si rompo con Dios, el otro deja de ser para mí el signo y portador del auxilio divino; y, en vez de ayuda, se convierte en problema y obstáculo.
Lo vemos ya en la primera pareja. Comienzan a acusarse mutuamente: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí» (Gén 3,12). Su atractivo mutuo se cambia en relaciones de dominio y concupiscencia: «Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará» (Gén 3,16b). La hermosa vocación a la fecundidad se convierte en una carga: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos» (Gén 3,16a). Y el dominio sobre lo creado se torna esclavitud: «Maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gén 3,17-19).
En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Y todos estos desórdenes ponen de manifiesto una contradicción profunda del ser humano: creado para amar, pero impotente para vivir un amor pleno.
Sin embargo, la última palabra en la relación hombre-mujer no es el fracaso. Porque Dios sigue siendo siempre fiel al matrimonio, no se desdice ni se vuelve atrás, a pesar del pecado. Vemos con qué solicitud sigue cuidando a la primera pareja: «Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió» (Gén 3,21). Lo que ocurre es que, a partir del primer pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia misericordiosa de Dios, que les cura las heridas del pecado y les devuelve la capacidad de amarse. Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar esa unión de sus vidas que Dios estableció al comienzo.
Y el perdón y la fidelidad de Dios tienen también un sentido ejemplar para la pareja. Después del pecado, amarse es también ser capaces de perdonarse. Vivir en fidelidad supone tener el valor de rehacerla cuando ha sido destruida. En una palabra, en la situación actual del hombre, el amor ha de tener fuerza suficiente para superar y vencer al pecado. Y esta fuerza, como vamos a ver, sólo puede venir de Dios.
3. El Matrimonio en el Señor
«Oh Dios, que consagraste la alianza matrimonial con un gran Misterio y has querido prefigurar en el Matrimonio la unión de Cristo con la Iglesia».
En el umbral de su vida pública, Jesús realizó su primer signo, a petición de su Madre, con ocasión de un banquete de boda (cf. Jn 2,1-11). Los cristianos han concedido una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Han visto en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que, en adelante, Cristo estará siempre presente en el matrimonio. Y que estará de forma activa, dando vino a los que no lo tienen, es decir, otorgando la capacidad de amar a los que no tienen suficiente fuerza para amarse.
Durante su predicación, Jesús, en el curso de una disputa con los fariseos, se vio confrontado con la cuestión de si a un hombre le es lícito repudiar a su mujer (cf. Mt 19,3-9). Sin entrar en la discusión casuística, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y de la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo, y concluyó con esta sentencia: «Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre». De hecho, sus oyentes interpretaron que se trataba de una exigencia irrealizable (cf. Mt 19,10). Pero la intención de Jesús no fue la de imponer a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada; porque, como había dicho en otra ocasión, su yugo era suave y su carga ligera (cf. Mt 11,29-30). Jesús es muy consciente de la dureza de corazón del ser humano y sabe que sólo si Dios le concede un «corazón nuevo» será capaz de corresponder a la voluntad de Dios. Por eso la sentencia que pronuncia no es una ley dura, sino una promesa de salvación y de gracia: la venida del Reino de Dios va a restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, porque dará la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio según el plan de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces (cf. Mt 8,34) y acogiendo la gracia que se deriva de la Cruz de Cristo, los esposos podrán comprender y vivir el gran don del matrimonio.
Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla» (Ef 5,25-26), y añadiendo en seguida: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,31-32). En este texto, el más importante del Nuevo Testamento sobre el matrimonio, Pablo presenta la alianza entre el hombre y la mujer como signo de la alianza entre Cristo y la Iglesia. Ya en el Antiguo Testamento, la alianza entre hombre y mujer se convirtieron en «imagen y semejanza» de la alianza de Dios con el hombre (cf. Os 1; 3; Jr 2; 3; 31; Ez 16; 23; Is 54; 62); el matrimonio fue como la gramática que sirvió para expresar el amor y la fidelidad de Dios. Pero el pacto de Dios con los hombres halló su realización definitiva e insuperable en Cristo. Jesucristo es la alianza de Dios con los hombres hecha persona. Porque en Jesucristo Dios ha pronunciado de una forma totalmente única, definitiva e insuperable su sí al ser humano; y en Jesucristo el hombre le ha dicho sí a Dios con una obediencia total e irreversible. Y esta «nueva y definitiva alianza» ha producido, según Pablo, un cambio cualitativo importante en el matrimonio. En dos sentidos, que van a marcar la originalidad del matrimonio cristiano.
En primer lugar, «los casados en el Señor» (1 Cor 7,39), se han de amar «como Cristo amó a la Iglesia». Si Cristo ama a la Iglesia diciéndole un sí incondicional, los esposos deben también comprometerse de forma irreversible. Si Cristo se ha entregado por completo hasta dar su propia vida, los esposos deben entregarse todo lo que son y tienen. Si Cristo ama a la Iglesia, aun como Iglesia de pecadores, y como tal la purifica y la santifica, de la misma manera los cónyuges habrán de aceptarse mutuamente en todos los conflictos, deficiencias y culpabilidades que les vayan saliendo al paso.
Pero lo que acabamos de decir sería imposible si no fuera por el otro sentido que descubre San Pablo. La entrega entre hombre y mujer no es sólo imagen y semejanza de la entrega de Cristo a su Iglesia, sino, también y sobre todo, signo actualizante, manifestación efectiva del amor y fidelidad de Dios, otorgados en Jesucristo. Es decir, el amor y la fidelidad humanos de los cónyuges son asumidos por el triunfo pascual del amor de Dios en la cruz de Cristo. Y por eso el matrimonio es un sacramento, ya que, además de significar el amor de Dios, lo comunica. Con un doble efecto. Primero, cura la desintegración del ser humano causada por el pecado, integrando el sexo y el erotismo dentro de un complejo superior de relaciones humanas, societarias y religiosas: es lo que la tradición cristiana ha llamado «remedio de la concupiscencia». Y este primer efecto curativo hace posible otro más importante: la santificación de los cónyuges, es decir, que la vida común dentro del matrimonio sirva a la glorificación de Dios y al crecimiento de la vida divina de los esposos.
4. El Matrimonio, obra del Espíritu
«Mira con bondad a estos hijos tuyos, que, unidos en Matrimonio, piden ser fortalecidos con tu bendición. Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, para que tu amor, derramado en sus corazones, los haga permanecer fieles en la alianza conyugal».
Aquí llegamos al último secreto del Matrimonio. Si, como acabamos de decir, este sacramento no sólo significa el amor de Dios, sino que lo comunica, el agente que realiza este trasvase no podía ser otro que el Espíritu Santo, la Persona-Amor, el Dador de vida, el que nos hace capaces de vivir la misma vida de Dios. En efecto, ningún sacramento manifiesta mejor la acción peculiar del Espíritu como este sacramento del amor; porque aquí el Espíritu hace posible vivir en la carne y desde la carne la riqueza de las relaciones intratrinitarias, el amor mismo que es Dios. Al Espíritu, pues, le debemos que el amor conyugal tenga las siguientes calidades:
1) Un amor personal. Es decir, un amor que acepta al otro en cuanto otro, sin pretender anularlo o dominarlo; porque, al mismo tiempo que une entre sí a dos personas de la forma más íntima, las deja libres en su peculiaridad personal. Y un amor que tiene por destinatario a una persona, no sólo a un cuerpo; y que, por eso, convierte la relación sexual en la forma privilegiada de expresión y comunicación de la entrega total a ella.
2) Un amor total. Es la forma más completa de unión personal entre el hombre y la mujer porque abarca la totalidad de la persona de los cónyuges en todas sus dimensiones. La persona es cuerpo, y el Espíritu crea la atracción mutua y esa liturgia natural que es el encuentro sexual. La persona es afecto, y el Espíritu produce esa salida de sí mismo que lleva a convertir al otro en el centro de mi vida. La persona es libertad, y el Espíritu hace capaz de pronunciar un «sí» que compromete toda la vida. La persona es apertura a Dios, y el Espíritu convierte este amor humano en vehículo para llegar hasta Dios.
3) Un amor fecundo. Pertenece a la naturaleza del amor el salir de sí mismo. Por eso, un amor verdadero no puede pretender quedarse en sí mismo, sino que intenta ser fecundo. Y el Espíritu se encarga de que el hijo, como fruto del amor mutuo, no sea como un elemento externo y accidental, un cuerpo extraño en el amor de los cónyuges, sino que constituya su realización y plenitud.
4) Un amor fiel. La libertad es la capacidad que tiene el hombre de tender a lo definitivo, de acercarse a la incondicionalidad del amor divino. Por eso se opone a la arbitrariedad que, en nombre de la libertad, piensa que se puede empezar siempre de nuevo, eliminando toda decisión anterior. Si todo puede ser sometido de nuevo a revisión, todo pierde seriedad y se convierte en indiferente. Sólo si existen decisiones irreversibles puede la vida ser un riesgo y una aventura. Por eso el Espíritu concede a los cónyuges la capacidad divina de comprometerse irreversiblemente, llevando así su libertad a la máxima realización.